lunes, 11 de noviembre de 2013

Vivimos gracias a la confianza

No todo lo que nos ata restringe nuestra libertad. Por ejemplo, las cadenas esclavizan, pero las raíces –que también atan- nos alimentan. Así es la fe, una raíz.
En todos los ámbitos, vivimos gracias a la confianza en los expertos. ¿Por qué no confiar también en Dios, con respecto al sentido de nuestra vida?
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No tenemos evidencias empíricas de todo. Si no confiáramos en los demás, si no tuviéramos fe en ellos, podríamos dudar de casi todo: p.e. de si somos hijos de nuestros padres (hay niños robados), del medicamento y el rótulo de su caja, de los carteles de las autopistas, de que la cena no está envenenada, o de tantos detalles de geografía e historia, etc.
Lo mismo pasa en la amistad y el amor: no sabemos si en caso de problemas esta persona me será fiel. Sólo puedo decir que creo en ella. La amistad exige confianza.
El ámbito de lo que yo puedo comprobar empíricamente es muy limitado, y sería muy reduccionista confiar sólo en lo que yo puedo comprobar por mí mismo. No es razonable pedir un desproporcionado grado de seguridad, sobre todo si sólo lo pedimos para las cuestiones de fe y moral.
La resistencia para creer en Dios procede de que eso implica decisiones morales, es decir, de la conducta. Por eso, Dios quiere moverse en el terreno de la fe, y no nos proporciona evidencias irrefutables. El acto de fe reclama la libertad. Hay que entender bien la libertad, y distinguir entre los lazos que dan vida y los vínculos que esclavizan: si rompes tus cadenas, te liberas; pero si cortas con tus raíces –que también atan-, mueres.
No se puede demostrar empíricamente (aunque sí se puede mostrar lógicamente) la existencia de Dios, porque Dios no es sensible, no se mueve en el mundo físico, sino en la metafísica. Tampoco se puede demostrar que no exista. Y sin embargo, los que no quieren creer viven como si Dios no existiera, es decir, que ya toman partido.
¿Y en caso de equivocarse? Decía Pascal: “prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna. Pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo”.
Además, en el plano meramente humano, la fe da sentido a la vida del creyente. A veces, los no-creyentes “bienintencionados” (p.e. Mario Vargas Llosa) suelen decir que tienen envidia de la alegría e ingenuidad de los creyentes, pues la fe les ayuda a sobrellevar los disgustos y dificultades de la vida, mientras el no-creyente no les encuentra ningún sentido.
Una vez más, la explicación del creyente puede parecer ardua, pero la del increyente es más ardua aún, y desesperanzadora.

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