lunes, 18 de noviembre de 2013

Dios y el concepto de causalidad

¿No cabe pensar que el universo es fruto del azar? Eso sería como si el Quijote fuese fruto de tirar todas sus letras al aire, y cayesen ordenadas en frases, componiendo la mejor novela de los tiempos. Recurrir a una gigantesca casualidad para evitar la explicación por causalidad, es más fideísta aún que el fideísmo de la fe, si existiese.

Donde parece haber un plan hay alguien que ha planificado. Yo no puedo demostrar empíricamente que el mundo ha sido creado por Dios; pero tampoco se puede demostrar lo contrario. No se puede sostener que el mundo se ha hecho solo, o a sí mismo.

Si de un grifo sale agua, detrás hay una tubería, y luego otra mayor y general, y otra mayor que desvía un río, pero al final hay un pantano o una fuente.

Si no hay bellotas no podemos plantar un roble, pero las bellotas vienen de los robles. ¿Quién hizo el primer roble?

¿Quién guió la evolución de los átomos según leyes que evitaron un desarrollo caótico?

Todos los seres son efectos de unas causas, y tiene que haber una primera causa. Pretender que un número infinito de causas pueda dispensar de que hay una primera, es afirmar que un pincel puede pintar por sí mismo, con tal de ser infinitamente largo.

Si vemos una chaqueta colgada en la pared, pero no vemos el gancho, no pensamos que las chaquetas flotan, sino que algo la sujeta. Que yo no conozca la causa no me lleva a pensar que no existe causa. Con ese razonamiento, no investigaríamos nada, ni existiría la ciencia.

Algunos dicen que la dialéctica causa-efecto es un invento filosófico, no existente en la naturaleza. Pero ellos no meten los dedos en el enchufe, porque la dialéctica enchufe-calambrazo sí es real y natural.

El conocimiento de Dios es, por tanto, de tipo natural, no de fe. Pero exige una manera de pensar recta, y a veces renunciamos al discurso racional, porque reconocer que Dios existe implica obedecerle, o rendirle cuentas. Dios se revela para facilitárnoslo.

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