Tomando como excusa el fundamentalismo, algunos acusan a todas las
religiones de ser fuente de conflictos. Pues bien, junto con la civilización y la cultura, la fe cristiana
aporta razones para no imponerse a los demás mediante la violencia física,
verbal o moral.
En el siglo XX hubo más guerras y muertes
que en ningún otro siglo, y se trató de conflictos no religiosos, o incluso
anti-religiosos. Ni Hitler, ni Stalin, ni Pol-Pot actuaron por motivos
religiosos, al contrario.
En los siglos en que hubo
guerras de religión, los conflictos también estaban provocados por la
instrumentación política de las religiones. Al mismo tiempo, en
muchos países y durante siglos, los creyentes de diversas religiones han
convivido en paz; p.e. en Jerusalén, en Toledo, en países de África, en USA,
etc.
En cualquier caso, una cosa es la religión y otra cosa es la intolerancia religiosa,
de la misma manera que una cosa es la nación y otra el nacionalismo, por
ejemplo; una cosa es el capital y otra el capitalismo; una cosa es la libertad,
y otra el liberalismo.
La deformación de la religión (una
religión sin teología, sin diálogo entre fe y razón, sin mediación de la
cultura) es la que lleva al integrismo y al conflicto. La religión tiene el
peligro de radicalizarse si no hay reflexión intelectual sobre su propia fe, si
no hay contraste con otras realidades, etc.
Hay que fomentar una
correcta separación entre la
Iglesia y el Estado, entre otras cosas para evitar la
instrumentalización política de la religión. En el siglo XX, esa separación la ha
promovido el Concilio Vaticano II, y en cambio no se vive en lugares donde otra
religión es predominante; p.e. países ortodoxos como Grecia, o luteranos como
Suecia, o países anglicanos como Reino Unido, y sobre todo, estados islámicas.
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