lunes, 23 de diciembre de 2013
Rembrandt y el hijo pródigo
El holandés Rembrandt Harmenszoom von Rijn (1606-1669), es uno de los principales pintores de la historia, y el maestro del retrato y del claroscuro en el barroco.
Alcanzó el éxito muy pronto; a los 19 años ya tenía su propio estudio y trabajaba para la corte. Sin embargo, sus últimos años estuvieron marcados por la tragedia personal y la ruina económica.
Se casó con su prima Saskia, y los tres primeros hijos murieron a las pocas semanas de nacer. Poco después comenzó una relación con su jovencísima asistenta domestica Hendrickje Stoffels.
Titus, su cuarto hijo con Saskia sobrevivió hasta la madurez, pero tras el parto murió la madre. Durante la convalecencia de su esposa, contrataron una niñera, Geertje Dircx, con quien también tuvo un hijo.
Como se ve, Rembrandt llevó una vida afectiva azarosa, inestable, conflictiva y dura. Al final, convivió con Hendrickje, pero tanto ella como su hijo Titus murieron antes que él.
En el ambiente permisivo de Amsterdam, estuvo cerca de sectas protestantes y fue también proclive a los judíos, a quienes pintó en distintas ocasiones.
Económicamente, Rembrandt siempre vivió por encima de sus posibilidades, y estuvo arruinado en varias ocasiones. Fue enterrado en una tumba sin nombre en Ámsterdam.
Al final de su días, vivió una sincera y quizás angustiada búsqueda de Dios. Su última gran obra fue “El regreso del hijo pródigo”, en el que capta, como nadie antes, quizá, el mensaje de la parábola. Es un cuadro de grandes proporciones, que se encuentra en el Museo Hermitage de San Petersburgo.
El claroscuro hace destacar el abrazo entre padre e hijo. La luz emana del anciano. Destaca también el juego de colores: la gran túnica roja del Padre, el traje dorado pero roto del joven, y el traje similar al del padre del espectador principal, el hijo mayor de la parábola.
El rostro del Padre se muestra cansado, casi ciego, pero lleno de alivio y emoción contenidas. El rostro del hermano mayor aparece resignado, escéptico y juez.
El abrazo ocupa la centralidad del cuadro, del que emana intimidad, cercanía, gozo, reconciliación, acogida. El Padre estrecha al hijo menor contra su regazo; y el hijo, harapiento y casi descalzo, se deja acoger, abrazar y perdonar. El hijo mayor parece el perfecto, el bien ataviado, el responsable, el cumplidor, el irreprensible, pero está vacío de sentimientos.
Es quizá la parábola más bonita (Lc 15, 11-32). El Padre le devuelve:
- el anillo, signo de filiación, de ser propietario en esa casa;
- las sandalias, signo de la libertad recuperada y verdadera; en la antigüedad, los esclavos iban descalzos;
- el traje nuevo, signo de una vida nueva;
- el mejor novillo, anuncio del sacrificio del Cordero.
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