martes, 10 de diciembre de 2013

La libertad del hombre, la bondad de Dios y el sufrimiento de los inocentes

Dios nos quiere libres, pero eso conlleva la existencia del mal, incluso del sufrimiento de los inocentes.

Dios quiere que seamos cada día más libres

La primera condición de la libertad es poder elegir sin coacción entre varias opciones. Pero eso es sólo el principio; la libertad, sobre todo, consiste en elegir bien; de la misma manera que el entendimiento no consiste sólo en elucubrar posibilidades, sino en descubrir cómo son realmente las cosas.

Y al igual que la mente necesita el contraste con la realidad, para ver si se equivoca o no (p.e. el ingeniero que resuelve un problema, o cuando tiene que llevar una conducción de agua de un lugar a otro; o el médico que ha de vencer una enfermedad), de la misma manera la libertad necesita un norte, un proyecto que la ponga en ejercicio, y un compromiso que la dignifique.

La inteligencia sale vencedora cuando resuelve un problema, y la libertad sale enaltecida cuando elige bien y se compromete en un buen proyecto. Por eso, el fruto de la mejor libertad es decidirse por la propuesta que nos hace Dios.

La cultura contemporánea, en cambio, nos sugiere que la libertad consiste sólo en poder elegir sin ninguna coacción; que lo importante no es elegir el bien; si la decisión es libre, da igual lo elegido, pues será bueno en cualquier caso. Si es libre, es buena.

Esto es falso en parte. Hay una dimensión de la libertad, la más básica, que consiste en poder elegir, p.e. estudiar la carrera de medicina en Navarra. Es la “libertad de…”.

Pero luego hay otra dimensión, (la “libertad para…”), que consiste en poder llevar a cabo, un día y otro, el proyecto decidido, libre de obstáculos ajenos y propios.

Replantearse cada día si la carrera o el novio, son los más apropiados, no es libertad. La libertad se pone en ejercicio con el compromiso.

Además, la calidad de una persona se mide por los vínculos que establece. No todas las opciones desarrollan igualmente la libertad. Unas decisiones son equivocadas, y otras son correctas, pero pobres; y otras son correctas y muy enriquecedoras.

Veamos unos ejemplos de decisiones inicialmente libres, pero equivocadas:

-    el bebedor que elige beber, destruye su capacidad de trabajar y seguramente perderá su puesto de trabajo
-    el drogadicto al principio es libre, pero después destruye su salud y no es libre para dejar la adicción
-    el esposo infiel elige mal y destruirá su familia y perderá a sus hijos.

Otras opciones pueden ser correctas, pero muy pobres:

-    dedicar la vida a ser campeón de un deporte extraño y minoritario, no redunda en beneficio para los demás (p.e. curling, bochas, etc.); es lícito, pero es pobre;
-    en cambio, mejorar nuestro entorno mediante el propio trabajo es muy meritorio (p.e. el arte, la literatura, etc.)
-    y más si dedicamos también los ratos libres y las vacaciones a la solidaridad.

La calidad de la persona se mide por los vínculos que establece, por el servicio que presta, etc.

La decisión por Dios y por los demás, es la que más despliega la libertad, la que más la pone en ejercicio (como un cometa que se puede desplegar más o menos al viento).

Por lo tanto, hemos de ejercitar la libertad, ser cada día más libres:

-    libres de nuestros caprichos y manías (que a menudo se convierten en pecados)
-    comprometiéndonos en proyectos que valgan la pena, que no sean mero divertimento.

Dios quiere nuestra libertad e iniciativa personal, porque sin libertad no podemos amar. No sólo eso: quiere además que cada vez seamos más libres, liberándonos de la esclavitud del pecado y la mentira. Por eso, Jesús nos dijo: “la verdad os hará libres” (Jn 8,32).

El misterio del mal y del sufrimiento

Ahora bien, la libertad nos hace capaces de amar, pero también de hacer el mal, de cometer el pecado. El mal surge porque el hombre es libre y a veces elige el pecado.

Pero, si Dios es padre y todopoderoso, ¿no podría hacer compatible un mundo bueno y que seamos libres? No, no es compatible. Dios puede hacer todo aquello que sea intrínsecamente posible.

•    Dios no puede actuar injustamente, no puede hacer disparates;
•    No puede hacer algo contradictorio consigo mismo. Por ejemplo, Dios crea el círculo y le da unas características que lo definen como círculo; después no puede o no quiere hacer que un círculo sea cuadrado; puede convertirlo en un cuadrado, pero el círculo no puede ser cuadrado.

Si Dios fuese corrigiendo o impidiendo a cada momento nuestros actos malos, el palo con que uno va a pegar tendría que volverse blando, la escopeta debería encasquillarse, el aire se negaría a transmitir las ondas sonoras de una mentira, los malos pensamientos del malhechor quedarían anulados porque su cerebro se negaría a pensar unos instantes, etc.

Y  ¿no podría evitar los males a los buenos? Entonces, cuando hubiese un accidente de tren, tendría que salvar a los virtuosos que viajaban en él. Y si una helada destruye una cosecha, un ángel tendría que proteger la parcela del bueno. Y si hay una inundación, desviar el cauce al pasar por la granja del bueno.

Ese mundo sería grotesco, y no libre. Las leyes del mundo actúan sobre los buenos y los malos, como el trigo y la cizaña crecen juntos.

¿Quizá aplicamos a Dios un concepto de bondad equivocado?
•    Los frutos de la exigencia de los padres y profesores o formadores, quizá se ven sólo al cabo de los años.
•    Unos buenos padres deben dejar correr riesgos a su hijo, para educar bien su libertad.


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