Contamos con documentos de historiadores no cristianos, de los siglos I y II, que mencionan a Jesús y la expansión de sus seguidores por el Imperio. Los acontecimientos fundacionales del cristianismo son comprobables históricamente en fuentes no cristianas. Al igual que otras ciencias, la historia ha progresado y hoy es inadmisible decir que Jesucristo no existió.
El historiador judío Flavio Josefo y sus “Antigüedades judías”
Flavio Josefo nació en el año 37, de familia sacerdotal. Asumió el mando militar en el conflicto de los judíos contra los romanos (año 67). En sus intentos de pacificación, trabó amistad con el general romano Vespasiano y su hijo Tito, y cuando estalló la guerra (año 69), se pasó al bando romano.
Cuando Vespasiano fue elegido emperador, Flavio Josefo se instaló en Roma y escribió varias obras, sobre todo “La guerra de los judíos” y “Antigüedades judías”.
Esta segunda obra menciona dos veces a Jesucristo. Relata la ejecución de Santiago, y dice así:
«Anás consideró que se presentaba una ocasión favorable cuando Festo murió y Albino se encontraba aún de viaje: convocó una asamblea de jueces e hizo comparecer a Santiago, hermano de Jesús llamado el Cristo, y a algunos otros, y presentó contra ellos la acusación de ser transgresores de la ley, y los condenó a ser lapidados».
El segundo texto dice así:
«Por este tiempo, un hombre sabio llamado Jesús tuvo una buena conducta y era conocido por ser virtuoso. Pilato lo condenó a ser crucificado y morir. Pero los que se habían hecho discípulos suyos no abandonaron su discipulado y contaron que se les apareció a los tres días de la crucifixión y estaba vivo, y que por eso podía ser el Mesías del que los profetas habían dicho cosas maravillosas» (Flavio Josefo, Antiquitates iudaicae XX, 200, en Josephus, Jevish antiguities, books XVIII-XX, o.c., 494-496).
El gobernador Plinio el Joven
Nació en Como, actual Italia, en el año 61, de familia senatorial. Ejerció como jurista y cónsul en Roma, y en el año 112 fue nombrado legado imperial en el Ponto y Bitinia (actual Turquía).
Se conserva su correspondencia con el emperador Trajano, desde allí. En una carta, explica el fuerte arraigo de los discípulos de Cristo, y pregunta hasta dónde debe llevarse su persecución:
«Nunca he participado en las investigaciones sobre los cristianos. Por tanto no sé qué hechos ni en qué medida deban ser castigados o perseguidos. Y con no pocas dudas me he preguntado si no habría que hacer diferencias por razón de la edad, o si la tierna edad ha de ser tratada del mismo modo que la adulta; si se debe perdonar a quien se arrepiente, o si bien a cualquiera que haya sido cristiano de nada le sirva el abjurar; si ha de castigarse por el mero hecho de llamarse cristiano, aunque no se hayan cometido hechos reprobables, o las acciones reprobables que van unidas a ese nombre.
Mientras tanto, esto es lo que he hecho con aquellos que me han sido entregados por ser cristianos. Les preguntaba a ellos mismos si eran cristianos. A los que respondían afirmativamente, les repetía dos o tres veces la pregunta, amenazándolos con suplicios: a los que perseveraban, los he hecho matar. No dudaba, de hecho, confesaran lo que confesasen, que se los debiera castigar al menos por tal pertinacia y obstinación inflexible.
A otros, atrapados por la misma locura, los he anotado para enviarlos a Roma, puesto que eran ciudadanos romanos. (...)
Por otra parte, estos afirmaban que su única culpa o su error habían consistido en la costumbre de reunirse determinado día antes de salir el sol, y cantar entre ellos sucesivamente un himno a Cristo, como si fuese un dios, y en obligarse bajo juramento, no a perpetrar cualquier delito, a no cometer robo o adulterio, a no faltar a lo prometido, a no negarse a dar lo recibido en depósito. Concluidos estos ritos, tenían la costumbre de separarse y reunirse de nuevo para tomar el alimento, por lo demás ordinario e inocente. (...)
Por eso, suspendiendo la investigación, recurro a ti para pedir consejo. El asunto me ha parecido digno de tal consulta, sobre todo por el gran número de denunciados. Son muchos, de hecho, de toda edad, de toda clase social, de ambos sexos, los que están o serán puestos en peligro. No es sólo en la ciudad, sino también en las aldeas y por el campo, por donde se difun¬de el contagio de esta superstición» (CAYO PLINIO CELICIO SEGUNDO, Epistolarum ad Traianum Imperatorem cum eiusdem Responsis liber X, 96)
El historiador romano Cornelio Tácito
Tácito nació el año 55. Durante los años 109 y 117, redacta la historia de Roma desde Tiberio hasta Nerón (del 14 al 68) en sus “Anales”. Al comentar el incendio de Roma, del año 64, dice:
«para acabar con los rumores, Nerón presentó como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba crestianos, aborrecidos por sus ignominias. Aquel de quien tomaban nombre, Cresto, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato. La execrable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen del mal, sino por toda la Ciudad, lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de atrocidades y vergüenzas.
El caso es que se empezó por detener a los que confesaban abiertamente su fe, y luego, por denuncia de aquéllos, a una ingente multitud, y resultaron convictos no tanto de la acusación del incendio cuanto de odio al género humano.
Pero a su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por perros tras haberlos hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día, eran quemados de manera que sirvieran de iluminación durante la noche.
Nerón había ofrecido sus jardines para tal espectáculo, y daba festivales circenses mezclado con la plebe, con atuendo de auriga o subido en un carro. Por ello, aunque fueran culpables y merecieran los máximos castigos, provocaban la compasión, ante la idea de que perecían no por el bien público, sino por satisfacer la crueldad de uno solo» (CORNELIO TÁCITO, Anales XV, 44).
Es un testimonio de la expansión de los discípulos en la Urbe, en treinta años.
El secretario Gayo Suetonio
Suetonio nació en el año 69, en Roma, hijo de un oficial del ejército. Fue nombrado secretario, con acceso los archivos de palacio, testamentos de los emperadores, documentos oficiales, etc. Con esas fuentes compuso su “Vidas de los doce Césares”, publicada en el 121.
Ahí menciona que el emperador Claudio (41-54) decidió expulsar de Roma a los judíos, en el año 49: “Expulsó de Roma a los judíos, que provocaban alborotos continuamente a instigación de Cresto” (Vitae Caesarum, libro V, Vida de Claudio, 25,4)
Así, testifica que sólo veinte años después de la muerte de Jesús, ya había cristianos suficientes en Roma, como para que existieran bandos entre los judíos.
Soy de San Sebastián, catedratico en Jaén y vivo en Madrid. Muy bueno su blog; tomaré ideas y referencias, gracias
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