martes, 8 de abril de 2014

Participar en la Pascua, en el lugar de los personajes (san Gregorio Nacianceno, obispo del siglo IV)



Del sermón 45:

Vamos a participar en la Pascua, ahora aún de manera figurada, aunque ya más clara que en la antigua ley. Pero dentro de poco participaremos ya en la Pascua de una manera más perfecta y más pura, cuando el Verbo beba con nosotros el vino nuevo en el reino de su Padre, cuando nos revele y nos descubra plenamente lo que ahora nos enseña sólo en parte. Porque siempre es nuevo lo que en un momento dado aprendemos.

Nosotros hemos de tomar parte en esta fiesta ritual de la Pascua en un sentido evangélico, y no literal; de manera perfecta, no imperfecta; no de forma temporal, sino eterna. Tomemos como nuestra capital, no la Jerusalén terrena, sino la ciudad celeste; no aquella que ahora pisan los ejércitos, sino la que resuena con las alabanzas de los ángeles.

Sacrifiquemos no jóvenes terneros ni corderos con cuernos y unas, más muertos que vivos y desprovistos de inteligencia, sino más bien ofrezcamos a Dios un sacrificio de alabanza sobre el altar del cielo, unidos a los coros celestiales.

Yo diría aún más: inmolémonos nosotros mismos a Dios, ofrezcámosle todos los días nuestro ser con todas nuestras acciones. Estemos dispuestos a todo por cansa del Verbo; imitemos su pasión con nuestros padecimientos, honremos su sangre con nuestra sangre, subamos decididamente a su cruz.

Si te pones en el lugar de Simón Cirineo, coge tu cruz y sigue a Cristo. Si estás crucificado con él como un ladrón, como el buen ladrón confía en tu Dios. Si por ti y por tus pecados Cristo fue tratado como un malhechor, lo fue para que tú llegaras a ser Justo. Adora al que por ti fue crucificado, e, incluso si estás crucificado por tu culpa, saca provecho de tu mismo pecado y compra con la muerte tu salvación.

Entra en el paraíso con Jesús y descubre de qué bienes te habías privado. Contempla la hermosura de aquel lugar y deja que, fuera, quede muerto el murmurador con sus blasfemias.

Si eres José de Arimatea, reclama el cuerpo del Señor a quien lo crucificó, y haz tuya la expiación del mundo.

Si eres Nicodemo, el que de noche adoraba a Dios, ven a enterrar el cuerpo, y úngelo con ungüentos.

Si eres una de las dos Marías, o Salomé, o Juana, llora desde el amanecer; procura ser el primero en ver la piedra quitada, y verás también quizá a los ángeles o incluso al mismo Jesús.


martes, 1 de abril de 2014

Somos un alma espiritual, con inteligencia, voluntad y sentimientos

1. ¿Cómo reconocemos el alma espiritual?

Las facultades del alma humana, hecha a imagen de Dios, son la inteligencia y la voluntad. Y en el comportamiento influyen las pasiones y los sentimientos.

No tenemos evidencia sensible del alma, pero la percibimos por sus efectos: el lenguaje, la autoconciencia, el sentido artístico; los animales no crean una obra de arte, no hablan, no construyen.

No vemos el alma -ni la electricidad ni el calor, ni la música en las ondas de radio-, pero percibimos la inteligencia y voluntad, el amor y la compasión, el sentido artístico. Tampoco vemos las bacterias y virus, pero percibimos sus efectos.

Imaginemos que a un científico de hace dos o tres siglos le enseñasen una radio. Creería que el sonido viene de dentro, de sus piezas. Él no ve las ondas que entran; argumentaría que ésa es una explicación simplista, que hay que abrir el aparato; quizá entienda cada pieza y las imite, pero no comprenderá cómo funciona hasta que crea en las ondas de radio, que no se ven.

Si oyes cantar un pajarillo pero no lo ves, no se te ocurre pensar que el follaje canta. Que yo no pueda captar algo, no significa que no exista. Por ejemplo, si al ir a pescar uso una red cuyos cuadrados miden un palmo por un palmo, sólo podré pescar peces mayores que un palmo; pero los peces más pequeños sí existen.

2. Racionalismo en el siglo XVIII, romanticismo en el XIX, y subjetivismo posmoderno en el XXI.

El racionalismo dominó la cultura durante los siglos XVII y XVIII, tras René Descartes (+1650). Sostenía que la fuente de conocimiento es la razón y rechaza la aportación de los sentidos, ya que nos pueden engañar.

Después, el romanticismo impregnó toda la cultura a finales del siglo XVIII, como reacción contra el racionalismo de la Ilustración y el Clasicismo, confiriendo prioridad a los sentimientos. Su característica fundamental es la ruptura con la tradición clasicista y sus reglas estereotipadas. Postula una libertad creadora, un modo idealista de sentir la vida, y concebir la naturaleza. Fue adoptando diversas formas hasta el modernismo del XIX, y las vanguardistas de comienzos del XX.

Tal vez como herencia de ambas corrientes, nuestros contemporáneos son al mismo tiempo:
a) racionalistas y empiristas para las ciencias experimentales y la técnica,
b) positivistas para las ciencias sociales (el derecho, la sociología),
c) subjetivistas para las creencias personales (la religión, los estilos de vida).

3. El sentimentalismo

El sentimentalismo consiste en obedecer más a los sentimientos y a los estados de ánimo, que a la razón. Se apoya más en las emociones, que en la lógica.

Algunas personas cuentan mucho con el corazón y menos con la cabeza. Si tienen ganas, si les apetece, se consideran capaces de todo; si no, se desinflan.

Algunos ejemplos de muy diversa índole:

    Si uno está animado, se atreve con todo; en cambio, si está “de bajón” se siente autorizado a prescindir de todo aquello a lo que se comprometió.

    El sentimental da por bueno todo comportamiento que brota, que mana del interior, del sentimiento, como si todo aquello que surgiese de dentro fuese naturalmente bueno.

    Algunas personas no pueden estar sin música, que es una constante evocación de sentimientos.

    En el ámbito social, la publicidad trata de remover constantemente nuestras emociones.

Los sentimientos son esenciales, y están en el origen del comportamiento. Nos movemos por alegría, tristeza, satisfacción, ánimo, remordimiento o angustia. Sin ellos, la persona se vuelve poco “humana”.

La felicidad consiste en amar y ser amado, y eso sólo se logra con los sentimientos.

Pueden ser una gran ayuda, pero no deben gobernar, marcar la dirección en nuestro caminar, pues los sentimientos van y vienen.

El corazón y los sentimientos pueden ayudarnos ser generosos, activos, comprometidos, etc., pero no deben constituir nuestro principal motor. El corazón solo no basta. Hay que moverse por convicciones y valores.

4. Inconvenientes del sentimentalismo

1. El sentimental empieza las tareas con entusiasmo, y las deja sin acabar bien cuando se le pasa el entusiasmo; abandona. Si nos basásemos principalmente en los sentimientos, de suyo variables, y no en convicciones, estaríamos expuestos a sucumbir cuando desapareciera el entusiasmo.

2. La persona sentimental es inestable de ánimo, porque se crece con el entusiasmo, pero se amilana ante las dificultades. Sus propósitos son una llamarada de bengala, incapaz de mantener encendido el fuego. En cambio, los hábitos facilitan la estabilidad.

3. El sentimental es muy selectivo en sus amistades: tiene gran intimidad con unos amigos, y desafecto con los demás.

4. Le cuesta corregir; le cuesta pasar un mal rato, y hacerlo pasar al corregido.

5. El sentimentalismo entraña una gran paradoja que lo desenmascara: parece tener una gran sensibilidad hacia los demás, pero termina encerrando al individuo en sus gustos. En el fondo, aísla al sujeto: le interesa sólo lo que siente él, lo que experimenta él, y en cambio no entiende el compromiso: por ejemplo, hoy muchos quieren experimentar el voluntariado, consumen “solidaridad”, pero no se comprometen duraderamente con los necesitados; sólo quieren tener ellos la experiencia de haber ayudado.

6. En el terreno espiritual, el sentimentalismo lleva a reducir el trato con Dios a relación meramente afectiva, que establece las vivencias interiores («siento necesidad», «tengo ganas», «lo paso bien») como norma de la relación con Dios. Esta actitud anula la visión sobrenatural y, por tanto, impide avanzar en la santidad.

El sentimental tiende instintivamente a buscar seguridades, señales que le confirmen que va bien. Pero el fin de la vida espiritual no es tener sentimientos agradables. Muchas veces los tendremos; otras, no.

Por ejemplo, sentimos desánimo ante una tentación que persiste, aunque no cedemos;  o sentimos fastidio porque algo nos cuesta y pensamos –no se sabe porqué- que no nos debería costar;  notamos molestia porque las cosas de Dios no nos atraen del modo sensiblemente arrollador que nos gustaría...

Es bueno tener presente que los sentimientos no están totalmente sometidos a la voluntad, y no hay que hacerles demasiado caso.

5. Educar el carácter y los sentimientos

Parte de la cultura contemporánea naturalista, trata el carácter como si no se pudiese modificar, y fuese esencialmente bueno, simplemente porque brota naturalmente, espontáneamente…

Pero en realidad el carácter y los estados de ánimo son influenciables por la familia y la escuela; por la persuasión de la publicidad, del marketing y la moda; por la retórica de los políticos y los medios de comunicación.

Los malos sentimientos (la envidia, el egoísmo, la agresividad, la crueldad, la desidia), comienzan siendo sólo sentimientos, pero si se les deja tomar cuerpo, pasan a ser vicios, hábitos malos. En consecuencia, hay que esforzarse por educarlos.