lunes, 30 de diciembre de 2013

¿Podemos tomar decisiones libres que terminen por esclavizarnos?

Está extendida la opinión de que nuestras decisiones, si han sido adoptadas libremente, no pueden ser malas. Se cree que lo elegido libremente, por el mismo hecho de ser libre, ya es bueno.

Se nos dice que lo importante no es elegir bien, ni elegir lo bueno, sino elegir sin coacciones; si la decisión es libre, da igual lo elegido. Esto es falso.

No todas las opciones desarrollan igualmente la libertad. Unas son equivocadas y terminan haciendo daño a uno mismo y a los demás; otras son correctas, pero pobres; y otras son correctas y enriquecedoras.

Por ejemplo, algunas decisiones inicialmente libres, pero equivocadas:

-    el bebedor que elige beber, destruye su capacidad de trabajar y seguramente perderá su puesto de trabajo
-    el drogadicto al principio es libre, pero después destruye su salud y no es libre para dejar la adicción
-    el esposo infiel elige mal y destruirá su familia y perderá a sus hijos.

Otras opciones pueden ser correctas, pero muy pobres:

-    dedicar la vida a ser campeón de un deporte extraño y minoritario, no redunda en beneficio para los demás (p.e. curling, bochas, etc.); es lícito, pero es pobre;
-    en cambio, mejorar nuestro entorno mediante el propio trabajo, el arte, la literatura, etc, es muy meritorio;
-    y más si dedicamos también los ratos libres y las vacaciones a la solidaridad.

 
La libertad no sólo consiste en elegir, sino en elegir bien, y escoger lo bueno

La libertad no sólo consiste en elegir, sino en elegir bien; de la misma manera que el entendimiento no consiste sólo en elucubrar posibilidades, sino en descubrir cómo son realmente las cosas.

Y al igual que la mente necesita ser contrastada con la realidad, para ver si se equivoca o no (p.e. el investigador o médico que logra vencer una enfermedad, el ingeniero que consigue llevar una conducción de agua de un lugar a otro), la libertad necesita un norte, un proyecto que la ponga en ejercicio, y la emplee en un compromiso que la dignifique.

La inteligencia sale vencedora cuando resuelve un problema, y la libertad sale enaltecida cuando elige bien y se compromete en un buen proyecto.

El ser humano es limitado y por lo tanto también su libertad es limitada; no se basta a sí misma, no convierte en bueno lo que elige, necesita un norte, una guía, un compromiso.

El que no se compromete con algo grande acaba preso de preocupaciones ridículas, ambiciones mezquinas, etc.

Por eso, dice san Josemaría, comentando el sí de la Virgen al anuncio del ángel, que su hágase es “el fruto de la mejor libertad: la de decidirse por Dios” (Amigos de Dios, 25)

Adherirse a lo mejor no determina la libertad, no la anula. Así como el imán atrae al hierro, y cuando se unen la atracción es máxima, de la misma manera el bien atrae a la libertad, y cuando se adhiere al bien, es más feliz. Los santos son los más libres.

Porque lo que se opone a la libertad es la coacción, no el estar adherido al bien. Una madre no pierde su libertad –al contrario- cuando deja de ir al cine con las amigas, para cuidar a sus hijos; sencillamente, ha optado por un bien mayor.


La calidad de la persona se mide por los vínculos que establece, por el servicio que presta, etc.

La decisión por Dios y por los demás, es la que más despliega la libertad, la que más la pone en ejercicio (como un cometa o una vela que se puede desplegar más o menos al viento).

Por lo tanto, hemos de ejercitar la libertad,
-    siendo libres de nuestros caprichos y manías
-    comprometiéndonos en proyectos que valgan la pena, que no sean mero divertimento.

La libertad es un proceso de liberación de condicionamientos interiores (p.e. pecado):
-    Un primer nivel supone ser libre de coacción para elegir.
-    Un segundo nivel exige ser libre de mí mismo para cumplir aquello que me he propuesto.
-    Y en un tercer plano, la libertad encuentra su plenitud en el ámbito sobrenatural de la gracia, apartándose del pecado.

En efecto, todos somos libres, pero podemos cultivar la libertad que Cristo nos ganó en la Cruz, liberándonos de la esclavitud del pecado.

Hemos de luchar positivamente por ser cada vez más libres de condicionamientos exteriores e interiores, porque sin libertad no podemos amar.

Jesús nos dijo: “la verdad os hará libres” (Jn 8,32), porque podemos crecer en libertad.

 
En el plano social también debemos amar la libertad, y promover la justicia y la libertad.

Los cristianos no afirmamos que nosotros poseemos toda la verdad, pero sí afirmamos
-    que la verdad existe,
-    que entre todos podemos alcanzarla, y
-    que es universal, válida para todos, de lo contrario no sería verdad. Si cada uno tiene su verdad, no es propiamente hablando una verdad.

Promovemos la libertad religiosa, el derecho a profesar una religión sin coacción por parte de la sociedad o del Estado, siempre que se respete el orden público.

Los cristianos queremos la separación entre iglesia y estado, pues la religión no es competencia del Estado.

El Estado debe reconocer y favorecer la vida religiosa de los ciudadanos, igual que favorece la cultura, el arte o el deporte, que no son competencia suya.

Unos ejemplos:

a) El Estado no es en sí mismo “deportista”, no toma partido por un deporte u otro; pero sí apoya aquel deporte en el que sobresalga un español, y construye polideportivos en los pueblos.

b) El estado no toma partido entre la música, la literatura o la escultura; apoya aquellas manifestaciones culturales y artísticas que son propias de nuestra tierra, y construye bibliotecas, auditorios musicales, paga conciertos, premios literarios, etc.

De la misma manera, el Estado no es religioso, pero puede apoyar las manifestaciones religiosas que sean comunes entre sus ciudadanos; y por eso puede pagar la rehabilitación o construcción de iglesias, o puede ayudar a sufragar los gastos de una JMJ con el Papa.

La religión no puede ser relegada al templo, debe poder estar en la calle, en los actos públicos,
-    de manera visible (porque el hombre es un ser sensible),
-    de manera repetida (porque el hombre es un ser histórico y temporal),
-    y de manera comunitaria (porque el hombre es un ser social).

lunes, 23 de diciembre de 2013

Rembrandt y el hijo pródigo


El holandés Rembrandt Harmenszoom von Rijn (1606-1669), es uno de los principales pintores de la historia, y el maestro del retrato y del claroscuro en el barroco.

Alcanzó el éxito muy pronto; a los 19 años ya tenía su propio estudio y trabajaba para la corte. Sin embargo, sus últimos años estuvieron marcados por la tragedia personal y la ruina económica.

Se casó con su prima Saskia, y los tres primeros hijos murieron a las pocas semanas de nacer. Poco después comenzó una relación con su jovencísima asistenta domestica Hendrickje Stoffels.

Titus, su cuarto hijo con Saskia sobrevivió hasta la madurez, pero tras el parto murió la madre. Durante la convalecencia de su esposa, contrataron una niñera, Geertje Dircx, con quien también tuvo un hijo.

Como se ve, Rembrandt llevó una vida afectiva azarosa, inestable, conflictiva y dura. Al final, convivió con Hendrickje, pero tanto ella como su hijo Titus murieron antes que él.

En el ambiente permisivo de Amsterdam, estuvo cerca de sectas protestantes y fue también proclive a los judíos, a quienes pintó en distintas ocasiones.

Económicamente, Rembrandt siempre vivió por encima de sus posibilidades, y estuvo arruinado en varias ocasiones. Fue enterrado en una tumba sin nombre en Ámsterdam.

Al final de su días, vivió una sincera y quizás angustiada búsqueda de Dios. Su última gran obra fue “El regreso del hijo pródigo”, en el que capta, como nadie antes, quizá, el mensaje de la parábola. Es un cuadro de grandes proporciones, que se encuentra en el Museo Hermitage de San Petersburgo.

El claroscuro hace destacar el abrazo entre padre e hijo. La luz emana del anciano. Destaca también el juego de colores: la gran túnica roja del Padre, el traje dorado pero roto del joven, y el traje similar al del padre del espectador principal, el hijo mayor de la parábola.

El rostro del Padre se muestra cansado, casi ciego, pero lleno de alivio y emoción contenidas. El rostro del hermano mayor aparece resignado, escéptico y juez.

El abrazo ocupa la centralidad del cuadro, del que emana intimidad, cercanía, gozo, reconciliación, acogida. El Padre estrecha al hijo menor contra su regazo; y el hijo, harapiento y casi descalzo, se deja acoger, abrazar y perdonar. El hijo mayor parece el perfecto, el bien ataviado, el responsable, el cumplidor, el irreprensible, pero está vacío de sentimientos.

Es quizá la parábola más bonita (Lc 15, 11-32). El Padre le devuelve:
-    el anillo, signo de filiación, de ser propietario en esa casa;
-    las sandalias, signo de la libertad recuperada y verdadera; en la antigüedad, los esclavos iban descalzos;
-    el traje nuevo, signo de una vida nueva;
-    el mejor novillo, anuncio del sacrificio del Cordero.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Jesucristo, en las fuentes históricas no cristianas

Contamos con documentos de historiadores no cristianos, de los siglos I y II, que mencionan a Jesús y la expansión de sus seguidores por el Imperio. Los acontecimientos fundacionales del cristianismo son comprobables históricamente en fuentes no cristianas. Al igual que otras ciencias, la historia ha progresado y hoy es inadmisible decir que Jesucristo no existió.

El historiador judío Flavio Josefo y sus “Antigüedades judías”

Flavio Josefo nació en el año 37, de familia sacerdotal. Asumió el mando militar en el conflicto de los judíos contra los romanos (año 67). En sus intentos de pacificación, trabó amistad con el general romano Vespasiano y su hijo Tito, y cuando estalló la guerra (año 69), se pasó al bando romano.
Cuando Vespasiano fue elegido emperador, Flavio Josefo se instaló en Roma y escribió varias obras, sobre todo “La guerra de los judíos” y “Antigüedades judías”.

Esta segunda obra menciona dos veces a Jesucristo. Relata la ejecución de Santiago, y dice así:
«Anás consideró que se presentaba una ocasión favorable cuando Festo murió y Albino se encontraba aún de viaje: convocó una asamblea de jueces e hizo comparecer a Santiago, hermano de Jesús llamado el Cristo, y a algunos otros, y presentó contra ellos la acusación de ser transgresores de la ley, y los condenó a ser lapidados».

El segundo texto dice así:
«Por este tiempo, un hombre sabio llamado Jesús tuvo una buena conducta y era conocido por ser virtuoso. Pilato lo condenó a ser crucificado y morir. Pero los que se habían hecho discípulos suyos no abandonaron su discipulado y contaron que se les apareció a los tres días de la crucifixión y estaba vivo, y que por eso podía ser el Mesías del que los profetas habían dicho cosas maravillosas» (Flavio Josefo, Antiquitates iudaicae XX, 200, en Josephus, Jevish antiguities, books XVIII-XX, o.c., 494-496).

El gobernador Plinio el Joven

Nació en Como, actual Italia, en el año 61, de familia senatorial. Ejerció como jurista y cónsul en Roma, y en el año 112 fue nombrado legado imperial en el Ponto y Bitinia (actual Turquía).

Se conserva su correspondencia con el emperador Trajano, desde allí. En una carta, explica el fuerte arraigo de los discípulos de Cristo, y pregunta hasta dónde debe llevarse su persecución:

«Nunca he participado en las investigaciones sobre los cristianos. Por tanto no sé qué hechos ni en qué medida deban ser castigados o perseguidos. Y con no pocas dudas me he preguntado si no habría que hacer diferencias por razón de la edad, o si la tierna edad ha de ser tratada del mismo modo que la adulta; si se debe perdonar a quien se arrepiente, o si bien a cualquiera que haya sido cristiano de nada le sirva el abjurar; si ha de castigarse por el mero hecho de llamarse cristiano, aunque no se hayan cometido hechos reprobables, o las acciones reprobables que van unidas a ese nombre.
Mientras tanto, esto es lo que he hecho con aquellos que me han sido entregados por ser cristianos. Les preguntaba a ellos mismos si eran cristianos. A los que respondían afirmativamente, les repetía dos o tres veces la pregunta, amenazándolos con suplicios: a los que perseveraban, los he hecho matar. No dudaba, de hecho, confesaran lo que confesasen, que se los debiera castigar al menos por tal pertinacia y obstinación inflexible.
A otros, atrapados por la misma locura, los he anotado para enviarlos a Roma, puesto que eran ciudadanos romanos. (...)
Por otra parte, estos afirmaban que su única culpa o su error habían consistido en la costumbre de reunirse determinado día antes de salir el sol, y cantar entre ellos sucesivamente un himno a Cristo, como si fuese un dios, y en obligarse bajo juramento, no a perpetrar cualquier delito, a no cometer robo o adulterio, a no faltar a lo prometido, a no negarse a dar lo recibido en depósito. Concluidos estos ritos, tenían la costumbre de separarse y reunirse de nuevo para tomar el alimento, por lo demás ordinario e inocente. (...)
Por eso, suspendiendo la investigación, recurro a ti para pedir consejo. El asunto me ha parecido digno de tal consulta, sobre todo por el gran número de denunciados. Son muchos, de hecho, de toda edad, de toda clase social, de ambos sexos, los que están o serán puestos en peligro. No es sólo en la ciudad, sino también en las aldeas y por el campo, por donde se difun¬de el contagio de esta superstición»  (CAYO PLINIO CELICIO SEGUNDO, Epistolarum ad Traianum Imperatorem cum eiusdem Responsis liber X, 96)

El historiador romano Cornelio Tácito

Tácito nació el año 55. Durante los años 109 y 117, redacta la historia de Roma desde Tiberio hasta Nerón (del 14 al 68) en sus “Anales”. Al comentar el incendio de Roma, del año 64, dice:

«para acabar con los rumores, Nerón presentó como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba crestianos, aborrecidos por sus ignominias. Aquel de quien tomaban nombre, Cresto, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato. La execrable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen del mal, sino por toda la Ciudad, lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de atrocidades y vergüenzas.
El caso es que se empezó por detener a los que confesaban abiertamente su fe, y luego, por denuncia de aquéllos, a una ingente multitud, y resultaron convictos no tanto de la acusación del incendio cuanto de odio al género humano.
Pero a su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por perros tras haberlos hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día, eran quemados de manera que sirvieran de iluminación durante la noche.
Nerón había ofrecido sus jardines para tal espectáculo, y daba festivales circenses mezclado con la plebe, con atuendo de auriga o subido en un carro. Por ello, aunque fueran culpables y merecieran los máximos castigos, provocaban la compasión, ante la idea de que perecían no por el bien público, sino por satisfacer la crueldad de uno solo» (CORNELIO TÁCITO, Anales XV, 44).

Es un testimonio de la expansión de los discípulos en la Urbe, en treinta años.

El secretario Gayo Suetonio

Suetonio nació en el año 69, en Roma, hijo de un oficial del ejército. Fue nombrado secretario, con acceso los archivos de palacio, testamentos de los emperadores, documentos oficiales, etc. Con esas fuentes compuso su “Vidas de los doce Césares”, publicada en el 121.
Ahí menciona que el emperador Claudio (41-54) decidió expulsar de Roma a los judíos, en el año 49:  “Expulsó de Roma a los judíos, que provocaban alborotos continuamente a instigación de Cresto” (Vitae Caesarum, libro V, Vida de Claudio, 25,4)

Así, testifica que sólo veinte años después de la muerte de Jesús, ya había cristianos suficientes en Roma, como para que existieran bandos entre los judíos.

martes, 10 de diciembre de 2013

La libertad del hombre, la bondad de Dios y el sufrimiento de los inocentes

Dios nos quiere libres, pero eso conlleva la existencia del mal, incluso del sufrimiento de los inocentes.

Dios quiere que seamos cada día más libres

La primera condición de la libertad es poder elegir sin coacción entre varias opciones. Pero eso es sólo el principio; la libertad, sobre todo, consiste en elegir bien; de la misma manera que el entendimiento no consiste sólo en elucubrar posibilidades, sino en descubrir cómo son realmente las cosas.

Y al igual que la mente necesita el contraste con la realidad, para ver si se equivoca o no (p.e. el ingeniero que resuelve un problema, o cuando tiene que llevar una conducción de agua de un lugar a otro; o el médico que ha de vencer una enfermedad), de la misma manera la libertad necesita un norte, un proyecto que la ponga en ejercicio, y un compromiso que la dignifique.

La inteligencia sale vencedora cuando resuelve un problema, y la libertad sale enaltecida cuando elige bien y se compromete en un buen proyecto. Por eso, el fruto de la mejor libertad es decidirse por la propuesta que nos hace Dios.

La cultura contemporánea, en cambio, nos sugiere que la libertad consiste sólo en poder elegir sin ninguna coacción; que lo importante no es elegir el bien; si la decisión es libre, da igual lo elegido, pues será bueno en cualquier caso. Si es libre, es buena.

Esto es falso en parte. Hay una dimensión de la libertad, la más básica, que consiste en poder elegir, p.e. estudiar la carrera de medicina en Navarra. Es la “libertad de…”.

Pero luego hay otra dimensión, (la “libertad para…”), que consiste en poder llevar a cabo, un día y otro, el proyecto decidido, libre de obstáculos ajenos y propios.

Replantearse cada día si la carrera o el novio, son los más apropiados, no es libertad. La libertad se pone en ejercicio con el compromiso.

Además, la calidad de una persona se mide por los vínculos que establece. No todas las opciones desarrollan igualmente la libertad. Unas decisiones son equivocadas, y otras son correctas, pero pobres; y otras son correctas y muy enriquecedoras.

Veamos unos ejemplos de decisiones inicialmente libres, pero equivocadas:

-    el bebedor que elige beber, destruye su capacidad de trabajar y seguramente perderá su puesto de trabajo
-    el drogadicto al principio es libre, pero después destruye su salud y no es libre para dejar la adicción
-    el esposo infiel elige mal y destruirá su familia y perderá a sus hijos.

Otras opciones pueden ser correctas, pero muy pobres:

-    dedicar la vida a ser campeón de un deporte extraño y minoritario, no redunda en beneficio para los demás (p.e. curling, bochas, etc.); es lícito, pero es pobre;
-    en cambio, mejorar nuestro entorno mediante el propio trabajo es muy meritorio (p.e. el arte, la literatura, etc.)
-    y más si dedicamos también los ratos libres y las vacaciones a la solidaridad.

La calidad de la persona se mide por los vínculos que establece, por el servicio que presta, etc.

La decisión por Dios y por los demás, es la que más despliega la libertad, la que más la pone en ejercicio (como un cometa que se puede desplegar más o menos al viento).

Por lo tanto, hemos de ejercitar la libertad, ser cada día más libres:

-    libres de nuestros caprichos y manías (que a menudo se convierten en pecados)
-    comprometiéndonos en proyectos que valgan la pena, que no sean mero divertimento.

Dios quiere nuestra libertad e iniciativa personal, porque sin libertad no podemos amar. No sólo eso: quiere además que cada vez seamos más libres, liberándonos de la esclavitud del pecado y la mentira. Por eso, Jesús nos dijo: “la verdad os hará libres” (Jn 8,32).

El misterio del mal y del sufrimiento

Ahora bien, la libertad nos hace capaces de amar, pero también de hacer el mal, de cometer el pecado. El mal surge porque el hombre es libre y a veces elige el pecado.

Pero, si Dios es padre y todopoderoso, ¿no podría hacer compatible un mundo bueno y que seamos libres? No, no es compatible. Dios puede hacer todo aquello que sea intrínsecamente posible.

•    Dios no puede actuar injustamente, no puede hacer disparates;
•    No puede hacer algo contradictorio consigo mismo. Por ejemplo, Dios crea el círculo y le da unas características que lo definen como círculo; después no puede o no quiere hacer que un círculo sea cuadrado; puede convertirlo en un cuadrado, pero el círculo no puede ser cuadrado.

Si Dios fuese corrigiendo o impidiendo a cada momento nuestros actos malos, el palo con que uno va a pegar tendría que volverse blando, la escopeta debería encasquillarse, el aire se negaría a transmitir las ondas sonoras de una mentira, los malos pensamientos del malhechor quedarían anulados porque su cerebro se negaría a pensar unos instantes, etc.

Y  ¿no podría evitar los males a los buenos? Entonces, cuando hubiese un accidente de tren, tendría que salvar a los virtuosos que viajaban en él. Y si una helada destruye una cosecha, un ángel tendría que proteger la parcela del bueno. Y si hay una inundación, desviar el cauce al pasar por la granja del bueno.

Ese mundo sería grotesco, y no libre. Las leyes del mundo actúan sobre los buenos y los malos, como el trigo y la cizaña crecen juntos.

¿Quizá aplicamos a Dios un concepto de bondad equivocado?
•    Los frutos de la exigencia de los padres y profesores o formadores, quizá se ven sólo al cabo de los años.
•    Unos buenos padres deben dejar correr riesgos a su hijo, para educar bien su libertad.


lunes, 2 de diciembre de 2013

La Sagrada Escritura, un milagro ordinario

Dios nos habla. Ha ido configurando un pueblo y se le ha ido revelando poco a poco; y éste ha ido poniendo por escrito los eventos de la historia de la Salvación, desde el año 950 adC hacia aquí. La conservación y transmisión de los libros de la Biblia es un milagro ordinario.

Un libro merece credibilidad
—    si es auténtico (escrito por el autor al que se atribuye, y en la época en que se le atribuye),
—    si es veraz (el autor conoció lo que refiere y no pretende engañar)
—    si llega a nosotros íntegro (sin alteraciones sustanciales).

El Evangelio es auténtico, pues lo escribieron autores quasi-contemporáneos de Jesucristo; en el año 70 Jerusalén fue destruida y los judíos deportados; sin embargo, los evangelistas describen bien todo lo anterior: los lugares, fiestas, con detalles históricos, culturales, etc.

Con respecto a la veracidad de lo que cuenta, hay que decir que miles de primeros cristianos dieron su vida por la doctrina que recoge el texto.
Además, no pretende engañar porque no esconde los defectos de los autores o compañeros, ni las reprensiones que recibieron. Si fuera una invención, lo adornarían u omitirían.

Papiros del Nuevo testamento

•    Los textos del Nuevo Testamento fueron escritos directamente en griego, salvo Mateo.
•    Los originales se escribieron sobre papiro, el material de uso más frecuente en esos momentos, que normalmente dura poco, porque se deteriora fácilmente con la humedad y el uso.
•    Por eso los originales se perdieron. Sin embargo, desde el principio se fueron haciendo copias, para difundirlo.
•    En las cuevas de Qumrán aparecieron en 1947, papiros y pergaminos del siglo I y anteriores, con amplios fragmentos bíblicos y libros completos del Antiguo testamento, como el de Isaías.
•    Se conservan papiros o pergaminos hasta doscientos años anteriores al Concilio de Nicea (325) que contienen los evangelios. No es científico afirmar que fueron escritos para apoyar las tesis imperiales de Constantino.

Una comparativa del Nuevo Testamento con otros libros de la Antigüedad

Los originales del Nuevo Testamento se escribieron sobre papiro, el material de uso más frecuente en esos momentos, que normalmente dura poco, porque se deteriora con la humedad y el uso. Por eso los originales se perdieron. Sin embargo, desde el principio se fueron haciendo copias, para difundirlo.

El papiro más antiguo que se conserva del Nuevo Testamento contiene varios versículos del Evangelio de San Juan (Jn 18,31-33 y 18,37-38) y está datado hacia el 100-150, es decir, muy poco después de la redacción del original. Se conserva en la John Rylands University Library de Manchester.

Además, hay más de treinta papiros anteriores al año 400, con textos del Nuevo Testamento, que están repartidos por las grandes bibliotecas, y llegan hasta 110 los oficialmente catalogados si incluimos el siglo IV.

Hay papiros importantes, como los tres que componen la colección Chester Beatty: uno de ellos, que data aproximadamente del año 200 contiene buena parte de las cartas de San Pablo, y los otros dos, de la primera mitad del siglo III, tienen amplios fragmentos de los Evangelios, Hechos de los Apóstoles y Apocalipsis.

La colección Bodmer incluye uno datado en torno al año 200 que contiene catorce capítulos del Evangelio según San Juan, y otros papiros con textos extensos de los Evangelios de Mateo y Lucas, Hechos de los Apóstoles, la Carta de Judas y las dos de San Pedro.

Han llegado hasta nuestros días dos códices del siglo IV, que contienen la Biblia casi completa: el códice Sinaítico, que se conserva en la British Library de Londres, y el códice Vaticano que está en la Biblioteca Vaticana.

Del siglo V son otros cuatro códices que se conservan en la Biblioteca del Patriarca de Alejandría, otro más en el Vaticano, en la Biblioteca Nacional de París y en la University Library de Cambridge.

¿La Biblia actual contiene lo que realmente escribieron sus autores?

El Nuevo Testamento es el libro de la Antigüedad más examinado y contrastado desde el punto de vista textual, en toda la historia.

Se conservan más de 5000 ejemplares manuscritos en griego. De ninguna otra obra literaria de la antigüedad se conservan tantas copias manuscritas y tan cercanas a los originales. Eso permite contrastar, y se podrían desenmascarar alteraciones del texto.

Los citan concordantemente cientos de Padres de la Iglesia, de orientes y occidente, escritores de la antigüedad, etc.

Las copias coinciden sorprendentemente, con pequeñas alteraciones. El cuidado al copiarlo y conservarlo, es un testimonio aplastante de veneración y fidelidad.

Entre los grandes clásicos de la antigüedad –cuya autenticidad no se discute-, el número de copias que se conservan es mucho menor: de ordinario apenas pasan de una decena.

Por ejemplo:
a) la obra literaria de la antigüedad de la que han quedado más manuscritos, después de la Biblia, es la “Iliada” de Homero (s. VIII-VI adC), sobre la guerra de Troya. Se conservan papiros unos seiscientos cincuenta con copias del siglo II a. C.
b) De los “Anales” de Tácito hay veinte copias, que son novecientos años posteriores al original.
c) De la “Poética” de Aristóteles sólo se han conservado cinco ejemplares manuscritos, que son mil trescientos años posteriores al texto original.

El caso de Aristóteles (384 adC) es ilustrativo; no hay traza de sus textos durante dos siglos, hasta que Andrónico de Rodas (siglo I d.C.) preparó una edición. Del griego se tradujo al árabe, y nos llegó a Occidente el Corpus Aristotelicum, traducido al latín para las primeras escuelas escolásticas, hacia 1150.

Luego se han ido depurando los textos; unos eran de otros autores. ¿Cómo establecer en lo que nos queda, qué textos son y cuáles no son «originales»?

La «estilometría» es una técnica que, mediante el cómputo y estudio estadístico de elementos gramaticales, determina qué textos han sido escritos por un autor. Pero esto no asegura que el autor haya sido Aristóteles. Además, la edición de Andrónico de Rodas de la Metafísica, por ej., parece ser una colección de textos (¿apuntes de sus clases?), más que una obra concebida como tal por Aristóteles.

Lo que tenemos, por tanto, es algo cercano a las notas de un filósofo. Identificar el autor «original» o la «obra primigenia» es una tarea utópica.

Parménides (580 adC), filósofo presocrático; su poema completo se considera perdido. La última referencia a la obra completa la hace Simplicio, en el siglo VI, once siglos más tarde. Nos han llegado citas fragmentarias, presentes en las obras de otros autores: Platón, Aristóteles, Plutarco y Simplicio.

En otros casos, los manuscritos más antiguos son muy posteriores a los originales, que en ningún caso se conservan:
-    los de Virgilio son del siglo V, 500 años después;
-    los de Horacio son del siglo VIII, 900 años después;
-    los de Platón son del siglo IX, 1400 años después;
-    los de Julio César son del siglo X, 1100 años después.