lunes, 30 de diciembre de 2013

¿Podemos tomar decisiones libres que terminen por esclavizarnos?

Está extendida la opinión de que nuestras decisiones, si han sido adoptadas libremente, no pueden ser malas. Se cree que lo elegido libremente, por el mismo hecho de ser libre, ya es bueno.

Se nos dice que lo importante no es elegir bien, ni elegir lo bueno, sino elegir sin coacciones; si la decisión es libre, da igual lo elegido. Esto es falso.

No todas las opciones desarrollan igualmente la libertad. Unas son equivocadas y terminan haciendo daño a uno mismo y a los demás; otras son correctas, pero pobres; y otras son correctas y enriquecedoras.

Por ejemplo, algunas decisiones inicialmente libres, pero equivocadas:

-    el bebedor que elige beber, destruye su capacidad de trabajar y seguramente perderá su puesto de trabajo
-    el drogadicto al principio es libre, pero después destruye su salud y no es libre para dejar la adicción
-    el esposo infiel elige mal y destruirá su familia y perderá a sus hijos.

Otras opciones pueden ser correctas, pero muy pobres:

-    dedicar la vida a ser campeón de un deporte extraño y minoritario, no redunda en beneficio para los demás (p.e. curling, bochas, etc.); es lícito, pero es pobre;
-    en cambio, mejorar nuestro entorno mediante el propio trabajo, el arte, la literatura, etc, es muy meritorio;
-    y más si dedicamos también los ratos libres y las vacaciones a la solidaridad.

 
La libertad no sólo consiste en elegir, sino en elegir bien, y escoger lo bueno

La libertad no sólo consiste en elegir, sino en elegir bien; de la misma manera que el entendimiento no consiste sólo en elucubrar posibilidades, sino en descubrir cómo son realmente las cosas.

Y al igual que la mente necesita ser contrastada con la realidad, para ver si se equivoca o no (p.e. el investigador o médico que logra vencer una enfermedad, el ingeniero que consigue llevar una conducción de agua de un lugar a otro), la libertad necesita un norte, un proyecto que la ponga en ejercicio, y la emplee en un compromiso que la dignifique.

La inteligencia sale vencedora cuando resuelve un problema, y la libertad sale enaltecida cuando elige bien y se compromete en un buen proyecto.

El ser humano es limitado y por lo tanto también su libertad es limitada; no se basta a sí misma, no convierte en bueno lo que elige, necesita un norte, una guía, un compromiso.

El que no se compromete con algo grande acaba preso de preocupaciones ridículas, ambiciones mezquinas, etc.

Por eso, dice san Josemaría, comentando el sí de la Virgen al anuncio del ángel, que su hágase es “el fruto de la mejor libertad: la de decidirse por Dios” (Amigos de Dios, 25)

Adherirse a lo mejor no determina la libertad, no la anula. Así como el imán atrae al hierro, y cuando se unen la atracción es máxima, de la misma manera el bien atrae a la libertad, y cuando se adhiere al bien, es más feliz. Los santos son los más libres.

Porque lo que se opone a la libertad es la coacción, no el estar adherido al bien. Una madre no pierde su libertad –al contrario- cuando deja de ir al cine con las amigas, para cuidar a sus hijos; sencillamente, ha optado por un bien mayor.


La calidad de la persona se mide por los vínculos que establece, por el servicio que presta, etc.

La decisión por Dios y por los demás, es la que más despliega la libertad, la que más la pone en ejercicio (como un cometa o una vela que se puede desplegar más o menos al viento).

Por lo tanto, hemos de ejercitar la libertad,
-    siendo libres de nuestros caprichos y manías
-    comprometiéndonos en proyectos que valgan la pena, que no sean mero divertimento.

La libertad es un proceso de liberación de condicionamientos interiores (p.e. pecado):
-    Un primer nivel supone ser libre de coacción para elegir.
-    Un segundo nivel exige ser libre de mí mismo para cumplir aquello que me he propuesto.
-    Y en un tercer plano, la libertad encuentra su plenitud en el ámbito sobrenatural de la gracia, apartándose del pecado.

En efecto, todos somos libres, pero podemos cultivar la libertad que Cristo nos ganó en la Cruz, liberándonos de la esclavitud del pecado.

Hemos de luchar positivamente por ser cada vez más libres de condicionamientos exteriores e interiores, porque sin libertad no podemos amar.

Jesús nos dijo: “la verdad os hará libres” (Jn 8,32), porque podemos crecer en libertad.

 
En el plano social también debemos amar la libertad, y promover la justicia y la libertad.

Los cristianos no afirmamos que nosotros poseemos toda la verdad, pero sí afirmamos
-    que la verdad existe,
-    que entre todos podemos alcanzarla, y
-    que es universal, válida para todos, de lo contrario no sería verdad. Si cada uno tiene su verdad, no es propiamente hablando una verdad.

Promovemos la libertad religiosa, el derecho a profesar una religión sin coacción por parte de la sociedad o del Estado, siempre que se respete el orden público.

Los cristianos queremos la separación entre iglesia y estado, pues la religión no es competencia del Estado.

El Estado debe reconocer y favorecer la vida religiosa de los ciudadanos, igual que favorece la cultura, el arte o el deporte, que no son competencia suya.

Unos ejemplos:

a) El Estado no es en sí mismo “deportista”, no toma partido por un deporte u otro; pero sí apoya aquel deporte en el que sobresalga un español, y construye polideportivos en los pueblos.

b) El estado no toma partido entre la música, la literatura o la escultura; apoya aquellas manifestaciones culturales y artísticas que son propias de nuestra tierra, y construye bibliotecas, auditorios musicales, paga conciertos, premios literarios, etc.

De la misma manera, el Estado no es religioso, pero puede apoyar las manifestaciones religiosas que sean comunes entre sus ciudadanos; y por eso puede pagar la rehabilitación o construcción de iglesias, o puede ayudar a sufragar los gastos de una JMJ con el Papa.

La religión no puede ser relegada al templo, debe poder estar en la calle, en los actos públicos,
-    de manera visible (porque el hombre es un ser sensible),
-    de manera repetida (porque el hombre es un ser histórico y temporal),
-    y de manera comunitaria (porque el hombre es un ser social).

lunes, 23 de diciembre de 2013

Rembrandt y el hijo pródigo


El holandés Rembrandt Harmenszoom von Rijn (1606-1669), es uno de los principales pintores de la historia, y el maestro del retrato y del claroscuro en el barroco.

Alcanzó el éxito muy pronto; a los 19 años ya tenía su propio estudio y trabajaba para la corte. Sin embargo, sus últimos años estuvieron marcados por la tragedia personal y la ruina económica.

Se casó con su prima Saskia, y los tres primeros hijos murieron a las pocas semanas de nacer. Poco después comenzó una relación con su jovencísima asistenta domestica Hendrickje Stoffels.

Titus, su cuarto hijo con Saskia sobrevivió hasta la madurez, pero tras el parto murió la madre. Durante la convalecencia de su esposa, contrataron una niñera, Geertje Dircx, con quien también tuvo un hijo.

Como se ve, Rembrandt llevó una vida afectiva azarosa, inestable, conflictiva y dura. Al final, convivió con Hendrickje, pero tanto ella como su hijo Titus murieron antes que él.

En el ambiente permisivo de Amsterdam, estuvo cerca de sectas protestantes y fue también proclive a los judíos, a quienes pintó en distintas ocasiones.

Económicamente, Rembrandt siempre vivió por encima de sus posibilidades, y estuvo arruinado en varias ocasiones. Fue enterrado en una tumba sin nombre en Ámsterdam.

Al final de su días, vivió una sincera y quizás angustiada búsqueda de Dios. Su última gran obra fue “El regreso del hijo pródigo”, en el que capta, como nadie antes, quizá, el mensaje de la parábola. Es un cuadro de grandes proporciones, que se encuentra en el Museo Hermitage de San Petersburgo.

El claroscuro hace destacar el abrazo entre padre e hijo. La luz emana del anciano. Destaca también el juego de colores: la gran túnica roja del Padre, el traje dorado pero roto del joven, y el traje similar al del padre del espectador principal, el hijo mayor de la parábola.

El rostro del Padre se muestra cansado, casi ciego, pero lleno de alivio y emoción contenidas. El rostro del hermano mayor aparece resignado, escéptico y juez.

El abrazo ocupa la centralidad del cuadro, del que emana intimidad, cercanía, gozo, reconciliación, acogida. El Padre estrecha al hijo menor contra su regazo; y el hijo, harapiento y casi descalzo, se deja acoger, abrazar y perdonar. El hijo mayor parece el perfecto, el bien ataviado, el responsable, el cumplidor, el irreprensible, pero está vacío de sentimientos.

Es quizá la parábola más bonita (Lc 15, 11-32). El Padre le devuelve:
-    el anillo, signo de filiación, de ser propietario en esa casa;
-    las sandalias, signo de la libertad recuperada y verdadera; en la antigüedad, los esclavos iban descalzos;
-    el traje nuevo, signo de una vida nueva;
-    el mejor novillo, anuncio del sacrificio del Cordero.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Jesucristo, en las fuentes históricas no cristianas

Contamos con documentos de historiadores no cristianos, de los siglos I y II, que mencionan a Jesús y la expansión de sus seguidores por el Imperio. Los acontecimientos fundacionales del cristianismo son comprobables históricamente en fuentes no cristianas. Al igual que otras ciencias, la historia ha progresado y hoy es inadmisible decir que Jesucristo no existió.

El historiador judío Flavio Josefo y sus “Antigüedades judías”

Flavio Josefo nació en el año 37, de familia sacerdotal. Asumió el mando militar en el conflicto de los judíos contra los romanos (año 67). En sus intentos de pacificación, trabó amistad con el general romano Vespasiano y su hijo Tito, y cuando estalló la guerra (año 69), se pasó al bando romano.
Cuando Vespasiano fue elegido emperador, Flavio Josefo se instaló en Roma y escribió varias obras, sobre todo “La guerra de los judíos” y “Antigüedades judías”.

Esta segunda obra menciona dos veces a Jesucristo. Relata la ejecución de Santiago, y dice así:
«Anás consideró que se presentaba una ocasión favorable cuando Festo murió y Albino se encontraba aún de viaje: convocó una asamblea de jueces e hizo comparecer a Santiago, hermano de Jesús llamado el Cristo, y a algunos otros, y presentó contra ellos la acusación de ser transgresores de la ley, y los condenó a ser lapidados».

El segundo texto dice así:
«Por este tiempo, un hombre sabio llamado Jesús tuvo una buena conducta y era conocido por ser virtuoso. Pilato lo condenó a ser crucificado y morir. Pero los que se habían hecho discípulos suyos no abandonaron su discipulado y contaron que se les apareció a los tres días de la crucifixión y estaba vivo, y que por eso podía ser el Mesías del que los profetas habían dicho cosas maravillosas» (Flavio Josefo, Antiquitates iudaicae XX, 200, en Josephus, Jevish antiguities, books XVIII-XX, o.c., 494-496).

El gobernador Plinio el Joven

Nació en Como, actual Italia, en el año 61, de familia senatorial. Ejerció como jurista y cónsul en Roma, y en el año 112 fue nombrado legado imperial en el Ponto y Bitinia (actual Turquía).

Se conserva su correspondencia con el emperador Trajano, desde allí. En una carta, explica el fuerte arraigo de los discípulos de Cristo, y pregunta hasta dónde debe llevarse su persecución:

«Nunca he participado en las investigaciones sobre los cristianos. Por tanto no sé qué hechos ni en qué medida deban ser castigados o perseguidos. Y con no pocas dudas me he preguntado si no habría que hacer diferencias por razón de la edad, o si la tierna edad ha de ser tratada del mismo modo que la adulta; si se debe perdonar a quien se arrepiente, o si bien a cualquiera que haya sido cristiano de nada le sirva el abjurar; si ha de castigarse por el mero hecho de llamarse cristiano, aunque no se hayan cometido hechos reprobables, o las acciones reprobables que van unidas a ese nombre.
Mientras tanto, esto es lo que he hecho con aquellos que me han sido entregados por ser cristianos. Les preguntaba a ellos mismos si eran cristianos. A los que respondían afirmativamente, les repetía dos o tres veces la pregunta, amenazándolos con suplicios: a los que perseveraban, los he hecho matar. No dudaba, de hecho, confesaran lo que confesasen, que se los debiera castigar al menos por tal pertinacia y obstinación inflexible.
A otros, atrapados por la misma locura, los he anotado para enviarlos a Roma, puesto que eran ciudadanos romanos. (...)
Por otra parte, estos afirmaban que su única culpa o su error habían consistido en la costumbre de reunirse determinado día antes de salir el sol, y cantar entre ellos sucesivamente un himno a Cristo, como si fuese un dios, y en obligarse bajo juramento, no a perpetrar cualquier delito, a no cometer robo o adulterio, a no faltar a lo prometido, a no negarse a dar lo recibido en depósito. Concluidos estos ritos, tenían la costumbre de separarse y reunirse de nuevo para tomar el alimento, por lo demás ordinario e inocente. (...)
Por eso, suspendiendo la investigación, recurro a ti para pedir consejo. El asunto me ha parecido digno de tal consulta, sobre todo por el gran número de denunciados. Son muchos, de hecho, de toda edad, de toda clase social, de ambos sexos, los que están o serán puestos en peligro. No es sólo en la ciudad, sino también en las aldeas y por el campo, por donde se difun¬de el contagio de esta superstición»  (CAYO PLINIO CELICIO SEGUNDO, Epistolarum ad Traianum Imperatorem cum eiusdem Responsis liber X, 96)

El historiador romano Cornelio Tácito

Tácito nació el año 55. Durante los años 109 y 117, redacta la historia de Roma desde Tiberio hasta Nerón (del 14 al 68) en sus “Anales”. Al comentar el incendio de Roma, del año 64, dice:

«para acabar con los rumores, Nerón presentó como culpables y sometió a los más rebuscados tormentos a los que el vulgo llamaba crestianos, aborrecidos por sus ignominias. Aquel de quien tomaban nombre, Cresto, había sido ejecutado en el reinado de Tiberio por el procurador Poncio Pilato. La execrable superstición, momentáneamente reprimida, irrumpía de nuevo no sólo por Judea, origen del mal, sino por toda la Ciudad, lugar en el que de todas partes confluyen y donde se celebran toda clase de atrocidades y vergüenzas.
El caso es que se empezó por detener a los que confesaban abiertamente su fe, y luego, por denuncia de aquéllos, a una ingente multitud, y resultaron convictos no tanto de la acusación del incendio cuanto de odio al género humano.
Pero a su suplicio se unió el escarnio, de manera que perecían desgarrados por perros tras haberlos hecho cubrirse con pieles de fieras, o bien clavados en cruces, al caer el día, eran quemados de manera que sirvieran de iluminación durante la noche.
Nerón había ofrecido sus jardines para tal espectáculo, y daba festivales circenses mezclado con la plebe, con atuendo de auriga o subido en un carro. Por ello, aunque fueran culpables y merecieran los máximos castigos, provocaban la compasión, ante la idea de que perecían no por el bien público, sino por satisfacer la crueldad de uno solo» (CORNELIO TÁCITO, Anales XV, 44).

Es un testimonio de la expansión de los discípulos en la Urbe, en treinta años.

El secretario Gayo Suetonio

Suetonio nació en el año 69, en Roma, hijo de un oficial del ejército. Fue nombrado secretario, con acceso los archivos de palacio, testamentos de los emperadores, documentos oficiales, etc. Con esas fuentes compuso su “Vidas de los doce Césares”, publicada en el 121.
Ahí menciona que el emperador Claudio (41-54) decidió expulsar de Roma a los judíos, en el año 49:  “Expulsó de Roma a los judíos, que provocaban alborotos continuamente a instigación de Cresto” (Vitae Caesarum, libro V, Vida de Claudio, 25,4)

Así, testifica que sólo veinte años después de la muerte de Jesús, ya había cristianos suficientes en Roma, como para que existieran bandos entre los judíos.

martes, 10 de diciembre de 2013

La libertad del hombre, la bondad de Dios y el sufrimiento de los inocentes

Dios nos quiere libres, pero eso conlleva la existencia del mal, incluso del sufrimiento de los inocentes.

Dios quiere que seamos cada día más libres

La primera condición de la libertad es poder elegir sin coacción entre varias opciones. Pero eso es sólo el principio; la libertad, sobre todo, consiste en elegir bien; de la misma manera que el entendimiento no consiste sólo en elucubrar posibilidades, sino en descubrir cómo son realmente las cosas.

Y al igual que la mente necesita el contraste con la realidad, para ver si se equivoca o no (p.e. el ingeniero que resuelve un problema, o cuando tiene que llevar una conducción de agua de un lugar a otro; o el médico que ha de vencer una enfermedad), de la misma manera la libertad necesita un norte, un proyecto que la ponga en ejercicio, y un compromiso que la dignifique.

La inteligencia sale vencedora cuando resuelve un problema, y la libertad sale enaltecida cuando elige bien y se compromete en un buen proyecto. Por eso, el fruto de la mejor libertad es decidirse por la propuesta que nos hace Dios.

La cultura contemporánea, en cambio, nos sugiere que la libertad consiste sólo en poder elegir sin ninguna coacción; que lo importante no es elegir el bien; si la decisión es libre, da igual lo elegido, pues será bueno en cualquier caso. Si es libre, es buena.

Esto es falso en parte. Hay una dimensión de la libertad, la más básica, que consiste en poder elegir, p.e. estudiar la carrera de medicina en Navarra. Es la “libertad de…”.

Pero luego hay otra dimensión, (la “libertad para…”), que consiste en poder llevar a cabo, un día y otro, el proyecto decidido, libre de obstáculos ajenos y propios.

Replantearse cada día si la carrera o el novio, son los más apropiados, no es libertad. La libertad se pone en ejercicio con el compromiso.

Además, la calidad de una persona se mide por los vínculos que establece. No todas las opciones desarrollan igualmente la libertad. Unas decisiones son equivocadas, y otras son correctas, pero pobres; y otras son correctas y muy enriquecedoras.

Veamos unos ejemplos de decisiones inicialmente libres, pero equivocadas:

-    el bebedor que elige beber, destruye su capacidad de trabajar y seguramente perderá su puesto de trabajo
-    el drogadicto al principio es libre, pero después destruye su salud y no es libre para dejar la adicción
-    el esposo infiel elige mal y destruirá su familia y perderá a sus hijos.

Otras opciones pueden ser correctas, pero muy pobres:

-    dedicar la vida a ser campeón de un deporte extraño y minoritario, no redunda en beneficio para los demás (p.e. curling, bochas, etc.); es lícito, pero es pobre;
-    en cambio, mejorar nuestro entorno mediante el propio trabajo es muy meritorio (p.e. el arte, la literatura, etc.)
-    y más si dedicamos también los ratos libres y las vacaciones a la solidaridad.

La calidad de la persona se mide por los vínculos que establece, por el servicio que presta, etc.

La decisión por Dios y por los demás, es la que más despliega la libertad, la que más la pone en ejercicio (como un cometa que se puede desplegar más o menos al viento).

Por lo tanto, hemos de ejercitar la libertad, ser cada día más libres:

-    libres de nuestros caprichos y manías (que a menudo se convierten en pecados)
-    comprometiéndonos en proyectos que valgan la pena, que no sean mero divertimento.

Dios quiere nuestra libertad e iniciativa personal, porque sin libertad no podemos amar. No sólo eso: quiere además que cada vez seamos más libres, liberándonos de la esclavitud del pecado y la mentira. Por eso, Jesús nos dijo: “la verdad os hará libres” (Jn 8,32).

El misterio del mal y del sufrimiento

Ahora bien, la libertad nos hace capaces de amar, pero también de hacer el mal, de cometer el pecado. El mal surge porque el hombre es libre y a veces elige el pecado.

Pero, si Dios es padre y todopoderoso, ¿no podría hacer compatible un mundo bueno y que seamos libres? No, no es compatible. Dios puede hacer todo aquello que sea intrínsecamente posible.

•    Dios no puede actuar injustamente, no puede hacer disparates;
•    No puede hacer algo contradictorio consigo mismo. Por ejemplo, Dios crea el círculo y le da unas características que lo definen como círculo; después no puede o no quiere hacer que un círculo sea cuadrado; puede convertirlo en un cuadrado, pero el círculo no puede ser cuadrado.

Si Dios fuese corrigiendo o impidiendo a cada momento nuestros actos malos, el palo con que uno va a pegar tendría que volverse blando, la escopeta debería encasquillarse, el aire se negaría a transmitir las ondas sonoras de una mentira, los malos pensamientos del malhechor quedarían anulados porque su cerebro se negaría a pensar unos instantes, etc.

Y  ¿no podría evitar los males a los buenos? Entonces, cuando hubiese un accidente de tren, tendría que salvar a los virtuosos que viajaban en él. Y si una helada destruye una cosecha, un ángel tendría que proteger la parcela del bueno. Y si hay una inundación, desviar el cauce al pasar por la granja del bueno.

Ese mundo sería grotesco, y no libre. Las leyes del mundo actúan sobre los buenos y los malos, como el trigo y la cizaña crecen juntos.

¿Quizá aplicamos a Dios un concepto de bondad equivocado?
•    Los frutos de la exigencia de los padres y profesores o formadores, quizá se ven sólo al cabo de los años.
•    Unos buenos padres deben dejar correr riesgos a su hijo, para educar bien su libertad.


lunes, 2 de diciembre de 2013

La Sagrada Escritura, un milagro ordinario

Dios nos habla. Ha ido configurando un pueblo y se le ha ido revelando poco a poco; y éste ha ido poniendo por escrito los eventos de la historia de la Salvación, desde el año 950 adC hacia aquí. La conservación y transmisión de los libros de la Biblia es un milagro ordinario.

Un libro merece credibilidad
—    si es auténtico (escrito por el autor al que se atribuye, y en la época en que se le atribuye),
—    si es veraz (el autor conoció lo que refiere y no pretende engañar)
—    si llega a nosotros íntegro (sin alteraciones sustanciales).

El Evangelio es auténtico, pues lo escribieron autores quasi-contemporáneos de Jesucristo; en el año 70 Jerusalén fue destruida y los judíos deportados; sin embargo, los evangelistas describen bien todo lo anterior: los lugares, fiestas, con detalles históricos, culturales, etc.

Con respecto a la veracidad de lo que cuenta, hay que decir que miles de primeros cristianos dieron su vida por la doctrina que recoge el texto.
Además, no pretende engañar porque no esconde los defectos de los autores o compañeros, ni las reprensiones que recibieron. Si fuera una invención, lo adornarían u omitirían.

Papiros del Nuevo testamento

•    Los textos del Nuevo Testamento fueron escritos directamente en griego, salvo Mateo.
•    Los originales se escribieron sobre papiro, el material de uso más frecuente en esos momentos, que normalmente dura poco, porque se deteriora fácilmente con la humedad y el uso.
•    Por eso los originales se perdieron. Sin embargo, desde el principio se fueron haciendo copias, para difundirlo.
•    En las cuevas de Qumrán aparecieron en 1947, papiros y pergaminos del siglo I y anteriores, con amplios fragmentos bíblicos y libros completos del Antiguo testamento, como el de Isaías.
•    Se conservan papiros o pergaminos hasta doscientos años anteriores al Concilio de Nicea (325) que contienen los evangelios. No es científico afirmar que fueron escritos para apoyar las tesis imperiales de Constantino.

Una comparativa del Nuevo Testamento con otros libros de la Antigüedad

Los originales del Nuevo Testamento se escribieron sobre papiro, el material de uso más frecuente en esos momentos, que normalmente dura poco, porque se deteriora con la humedad y el uso. Por eso los originales se perdieron. Sin embargo, desde el principio se fueron haciendo copias, para difundirlo.

El papiro más antiguo que se conserva del Nuevo Testamento contiene varios versículos del Evangelio de San Juan (Jn 18,31-33 y 18,37-38) y está datado hacia el 100-150, es decir, muy poco después de la redacción del original. Se conserva en la John Rylands University Library de Manchester.

Además, hay más de treinta papiros anteriores al año 400, con textos del Nuevo Testamento, que están repartidos por las grandes bibliotecas, y llegan hasta 110 los oficialmente catalogados si incluimos el siglo IV.

Hay papiros importantes, como los tres que componen la colección Chester Beatty: uno de ellos, que data aproximadamente del año 200 contiene buena parte de las cartas de San Pablo, y los otros dos, de la primera mitad del siglo III, tienen amplios fragmentos de los Evangelios, Hechos de los Apóstoles y Apocalipsis.

La colección Bodmer incluye uno datado en torno al año 200 que contiene catorce capítulos del Evangelio según San Juan, y otros papiros con textos extensos de los Evangelios de Mateo y Lucas, Hechos de los Apóstoles, la Carta de Judas y las dos de San Pedro.

Han llegado hasta nuestros días dos códices del siglo IV, que contienen la Biblia casi completa: el códice Sinaítico, que se conserva en la British Library de Londres, y el códice Vaticano que está en la Biblioteca Vaticana.

Del siglo V son otros cuatro códices que se conservan en la Biblioteca del Patriarca de Alejandría, otro más en el Vaticano, en la Biblioteca Nacional de París y en la University Library de Cambridge.

¿La Biblia actual contiene lo que realmente escribieron sus autores?

El Nuevo Testamento es el libro de la Antigüedad más examinado y contrastado desde el punto de vista textual, en toda la historia.

Se conservan más de 5000 ejemplares manuscritos en griego. De ninguna otra obra literaria de la antigüedad se conservan tantas copias manuscritas y tan cercanas a los originales. Eso permite contrastar, y se podrían desenmascarar alteraciones del texto.

Los citan concordantemente cientos de Padres de la Iglesia, de orientes y occidente, escritores de la antigüedad, etc.

Las copias coinciden sorprendentemente, con pequeñas alteraciones. El cuidado al copiarlo y conservarlo, es un testimonio aplastante de veneración y fidelidad.

Entre los grandes clásicos de la antigüedad –cuya autenticidad no se discute-, el número de copias que se conservan es mucho menor: de ordinario apenas pasan de una decena.

Por ejemplo:
a) la obra literaria de la antigüedad de la que han quedado más manuscritos, después de la Biblia, es la “Iliada” de Homero (s. VIII-VI adC), sobre la guerra de Troya. Se conservan papiros unos seiscientos cincuenta con copias del siglo II a. C.
b) De los “Anales” de Tácito hay veinte copias, que son novecientos años posteriores al original.
c) De la “Poética” de Aristóteles sólo se han conservado cinco ejemplares manuscritos, que son mil trescientos años posteriores al texto original.

El caso de Aristóteles (384 adC) es ilustrativo; no hay traza de sus textos durante dos siglos, hasta que Andrónico de Rodas (siglo I d.C.) preparó una edición. Del griego se tradujo al árabe, y nos llegó a Occidente el Corpus Aristotelicum, traducido al latín para las primeras escuelas escolásticas, hacia 1150.

Luego se han ido depurando los textos; unos eran de otros autores. ¿Cómo establecer en lo que nos queda, qué textos son y cuáles no son «originales»?

La «estilometría» es una técnica que, mediante el cómputo y estudio estadístico de elementos gramaticales, determina qué textos han sido escritos por un autor. Pero esto no asegura que el autor haya sido Aristóteles. Además, la edición de Andrónico de Rodas de la Metafísica, por ej., parece ser una colección de textos (¿apuntes de sus clases?), más que una obra concebida como tal por Aristóteles.

Lo que tenemos, por tanto, es algo cercano a las notas de un filósofo. Identificar el autor «original» o la «obra primigenia» es una tarea utópica.

Parménides (580 adC), filósofo presocrático; su poema completo se considera perdido. La última referencia a la obra completa la hace Simplicio, en el siglo VI, once siglos más tarde. Nos han llegado citas fragmentarias, presentes en las obras de otros autores: Platón, Aristóteles, Plutarco y Simplicio.

En otros casos, los manuscritos más antiguos son muy posteriores a los originales, que en ningún caso se conservan:
-    los de Virgilio son del siglo V, 500 años después;
-    los de Horacio son del siglo VIII, 900 años después;
-    los de Platón son del siglo IX, 1400 años después;
-    los de Julio César son del siglo X, 1100 años después.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Pistas para creer en Dios (IV): la inteligencia humana y el alma

¿Qué es la inteligencia humana? Se suele decir que los perros y los delfines son inteligentes... Unas gallinas debidamente adiestradas picarán en el botón adecuado para conseguir comida. ¿Es eso inteligencia?

Cuando se habla de la inteligencia humana, se le suele añadir inteligencia simbólica; podemos reconocer símbolos, como una bandera, y asociarles valores abstractos (p.e. nuestra historia y valores).

Podemos descubrir las causas, inferir los porqués. Podemos abstraer conceptos; sabemos lo que significa la palabra justicia, somos capaces de imaginar un mundo en el que impere esa justicia, aunque jamás hayamos tenido esa experiencia. Podemos imaginar un mundo en el que reine la verdad, el bien y la belleza. Aún más; podemos pensar qué estrategias, qué cadenas de causas y efectos podríamos idear para que el mundo de nuestra experiencia se parezca cada vez más al que considerásemos ideal.

Podemos evaluar las probabilidades de éxito de esas estrategias, seguir su progreso, estimar su equilibrio coste-beneficio y determinar qué estaríamos dispuestos a sacrificar por lograr nuestros anhelos. Cada minuto de nuestra vida hacemos este tipo de juicios de valor. Pues bien, eso es la inteligencia.

Ningún animal es capaz de algo semejante, aunque algunos simios tienen un cerebro que es el 20% del humano, en términos relativos. No es una cuestión de grado; es una diferencia cualitativa. Los animales no pueden imaginar una experiencia que no hayan tenido. Cuando aprenden, solo anticipan una relación causa-efecto que han vivido antes en muchas ocasiones. Los chimpancés nunca urdirán un plan para hacerse con el poder del circo. En cambio, la historia de la humanidad es la historia de la concatenación de planes para conseguir objetivos que, equivocada o acertadamente, consideramos que harán el mundo mejor, al menos para nosotros. Es esta capacidad la que nos hace libres y, por eso mismo, responsables. Eso es la inteligencia.

Esto es exclusivo del ser humano. Nuestro cuerpo se ha formado a través de la evolución; nuestra inteligencia no.

El Homo Habilis adquirió la capacidad para la elaboración de instrumentos de piedra. Pero esta habilidad no era producto de la inteligencia, sino puramente instintiva, basada en los genes, como puede ser la asombrosa capacidad de las abejas para construir panales con celdas de forma hexagonal -la forma más ahorrativa de hacer celdas-. Una habilidad instintiva se distingue de una de la inteligencia por su velocidad de cambio. Las habilidades instintivas no cambian más que cuando cambia la genética de la especie. Las de la inteligencia, en cambio, lo ha¬cen a una velocidad mucho mayor que la de la evolución de la especie, pues nacen del ingenio de cada individuo y se propagan de unos individuos a otros.

El Australopitecus dio paso al género Homo. El Homo Erectus pasó a caminar erguido. El Homo Sapiens apareció hace 300.000 años, y era anatómicamente como nosotros pero los signos de inteligencia simbólica aparecen hace 50.000 años.

Hay tres rasgos que evidencian la inteligencia simbólica; los enterramientos rituales, la producción de objetos «inútiles» y el arte.

Los enterramientos rituales se distinguen de los otros por la postura de los cadáveres, por los objetos que pudiesen ser de utilidad para el difunto en otra vida, y objetos que no tienen una utilidad práctica: adornos, pendientes, brazaletes; aparecen diferencias entre la suntuosidad de unos enterramientos y otros, lo que evidencia una organización social. Por último, apareció el arte, en forma de pintura, escultura y música (huesos tallados a modo de flautas).

Si la inteligencia fuese un fenómeno únicamente físico, fruto de la evolución y del tamaño del cerebro, cabría esperar que el hombre tuviese muchos más genes que cualquier otra especie, para codificar genéticamente esa gran capacidad del cerebro. Pues no es así; sólo tenemos unos 31.000, sólo unos 300 más que un ratón.

¿Qué es más sencillo de creer: la acción guiada del Diseñador, o múltiples cambios genéticos combinados al azar con adaptaciones evolutivas?

Pistas para creer en Dios (III): el planeta Tierra y la vida en él

La Tierra es un planeta totalmente especial. Para nacer, la vida necesita una atmósfera, agua líquida en abundancia y carbono sólido, lí¬quido y gaseoso. Y para sobrevivir necesita estar protegida de tres enemigos: La lluvia de asteroides, los cambios climáticos y las radiaciones cósmicas.

a) Para tener una atmósfera un planeta debe guardar un equilibrio entre su tamaño, el de la estrella anfitriona y la distancia entre ambos (somos el tercer planeta).
b) Para proteger a la vida de la lluvia de asteroides se necesitan varios escudos. Uno de ellos es un gran satélite. Otro, tener dos planetas de tamaño parecido y relativamente próximos, uno más cercano y otro más lejano a su estrella (Venus y Marte). Otro, tener varios planetas gigantes en una órbita más externa y suficientemente alejada como para no sufrir su gravitación (Júpiter y Saturno).
c) Para librarse de los cambios climáticos nece¬sita una órbita casi circular, un eje de rotación es¬table y casi perpendicular al plano de su órbita y un «día» muy corto en relación a su «año». La tercera condición es prácticamente imposible para un planeta cercano a su estrella, a menos que tenga un gran satélite.
d) Librarse de las radiaciones cósmicas es más complicado. En primer lugar tiene que encontrarse lejos de las principales fuentes de radiación. Es de¬cir, lejos del centro de la galaxia -pero no muy cerca del borde, de donde podría arrancarnos otra gala¬xia-, fuera de los brazos espirales y de los lugares donde se están formando estrellas. Es decir, lejos de donde están la inmensa mayoría de las estrellas. Pero esto no basta para conseguir la protección ne¬cesaria. Debe estar dentro de la onda de choque de una antigua explosión de supernova, es decir, como en un capullo. Pero lo que no puede evitar es tener que estar cerca de su estrella madre para aprovechar su calor. Y ella sola, con sus rayos cósmicos -electro¬nes lanzados a gran velocidad- bastaría para acabar con su hija. Para protegerse, solo hay una posibilidad: un fuerte campo magnético.

¿Son estas características corrientes en los siste¬mas planetarios? Hasta ahora, en todos los sistemas planetarios que se conocen, hay un planeta gigante en el lugar que debería ocupar un planeta que aspi¬rase a tener vida.

Todo nos sugiere otra vez la palabra «diseño».

¿Cómo pudo aparecer la vida?

La vida se define por tres propie¬dades: es independiente, es capaz de administrar mediante reaccio¬nes metabólicas la energía que utiliza, y es capaz de autorreplicarse, guardando la información de una generación a otra.

En 1952, Stanley Miller puso dentro de una burbuja de vidrio los gases que podrían formar la atmósfera de la Tierra hace 4.500 millones de años. Los calentó y simuló con descargas eléctricas las tormentas de la Tierra recién nacida. El resultado fue una especie de alquitrán o barro que, analizado, resultó contener ciertos «ladrillos» de la vida. Se sabe que la vida más elemental sería una bacteria constituida por dos tipos de «ladri¬llos»: aminoácidos (A) y nucleótidos (N), unidos en larguísimas cadenas de, respectivamente, proteínas y ácidos nucleicos, como el ADN o el ARN.

Pues bien, en el experimento de Miller y muchos otros sólo se han encontrados «ladrillos» A -jamás N- y aquellos, mucho más pequeños que los que constituyen la vida. Además, siempre aparecen suel¬tos, sin formar jamás ni siquiera una corta cadena, aunque sea de dos eslabones.

Se piensa que en algún tipo de «burbuja» natural (volcán marino o en una glaciación) pudieron reunirse aminoácidos y nucleótidos, dentro de una menbrana, e iniciar una reacción metabólica sim¬ple, y lograr milagrosamente que la vida perdurase. De nuevo aquí aparece el Diseñador, tras 10.000 millones de años, actuando como acostumbra: hacer que ocurra aquello que sus leyes permiten, pero que dejadas solas seria ínfi¬mamente improbable.

De ahí en adelante, la teoría de la evolución, que es compatible con la fe, podría dar razón de la increíble diversificación de las especies.

Pistas para creer en Dios (II): Nuestra galaxia

El Big Bang –que es una teoría compatible con la fe-, tuvo lugar hace 15.000 millones de años. Inme¬diatamente después, el universo era como un magma, una “sopa” de partículas y radia¬ción, que se expan¬día a gran velocidad y al mismo tiempo se enfriaba. Al enfriarse, las partículas se agruparon formando átomos de hidrógeno, y el universo se hizo transparente.

Las masas vaporosas de hidrógeno se fueron condensando más y más, en contra de la fuerza electrostática que los repelía. Y cuando la presión fue mayor que la repulsión, dos átomos de hidrógeno se fusionaron para formar uno de helio, y así nació la pri¬mera estrella, el universo se fue llenando de luminarias y, al ser transparente, la luz empezó a iluminarlo de un extremo a otro. Aún hoy siguen formándose estrellas.

No todas las estrellas eran de tamaño similar, pero to¬das tenían una cosa en común: estaban hechas de hidrógeno; convirtiendo el hidrógeno en helio generan su energía y su brillo. Las de tamaño medio «queman» el hidró¬geno a un ritmo lento, y llegan a vivir miles de millones de años.

Las estrellas gigantescas, en cambio, despilfarran su caudal a un ritmo frenético y sólo duran cientos de millones de años. Cuando gastan su hidrógeno, empiezan a «quemar» helio, generando elementos más pesados. Y cuando gasta éste, «quema» esos elementos más pesados, generando otros más pe¬sados aún.

Las estrellas medianas sólo generan elementos pesados hasta el hierro, y luego se apagan. Las estrellas gigantes, cuando se les acaba el combustible, se derrumban sobre sí mis¬mas en un cataclismo cósmico. La energía de su hundimiento genera todos los elementos más pesados que el hierro. Y al derrumbarse, parte del material que han generado sale catapul¬tado hacia el espacio. Lo que queda es una estrella de neutrones o un agujero negro, según el tamaño de la estrella original. Es lo que se llama una ex¬plosión de supernova.

Así, pululan por el universo, todos los elementos que conocemos. Es como si el cosmos hubiese sido inseminado. Solo falta una matriz que acoja esa semilla y quede “fecundada”. Ya que el proceso de creación de estrellas continúa to¬davía, las estrellas que se forman después de la muerte de las primeras supernovas incorporan en su material externo todos esos elementos. Son es¬trellas de segunda generación. En algunas de ellas se forma un disco a su alrededor del que pueden nacer planetas.

El Sol es una de esas estrellas de segunda generación, con planetas. Nació hace unos 5.000 mi¬llones de años y, al ser pequeña, durará todavía bastantes miles de millones más. Alrededor de ella hay planetas con todos los ingredientes y, en uno de ellos, hace unos 4.000 millones de años, apareció la vida. Pero, para que aparezca la vida, no basta con que haya planetas alrededor de una estrella de segunda ge¬neración. Son necesarios muchos requisitos que iremos analizando.


La Vía Láctea, nuestro extraordinario hogar

Nuestro sistema solar está dentro de la galaxia de la Vía Láctea. La misma Vía Láctea que vemos en el cielo como una mancha lechosa que lo cruza de un lado a otro. La vemos así porque la vemos desde dentro. Si la viésemos desde fuera y desde lejos, veríamos una bola central enor¬memente brillante, llena de miles de millones de estrellas, rodeado de un disco plano, con unos brazos espirales que se extienden hacia fuera. Es una galaxia espiral, que son las menos frecuentes.

Hay otros dos tipos de galaxias: elípticas e irregulares. Ni unas ni otras de estas pueden generar las condiciones para la vida. Las órbitas de sus estrellas son tan caóticas que, si tuviesen planetas, serían arrancados de ellas.

Nuestra Vía Láctea es de las galaxias más grandes que existen. En las galaxias peque¬ñas y medianas, no se podrían haber producido suficientes explosiones de supernovas como para ge¬nerar los materiales necesarios para que aparezca la vida.

Pero estas galaxias espirales gigantes tie¬nen un grave peligro: Alojan en su núcleo un in¬menso agujero negro que devora toda la materia que se le acerca, generando un infierno de radia¬ción. Es como el ogro del castillo. El ogro de nues¬tra Vía Láctea parece estar dormido. No se «oye» la radiación que emiten los agujeros negros al de¬vorar a sus víctimas.

Además, las galaxias se agrupan en cúmulos de galaxias, como una tela de araña tridimensional. Pues bien, nues¬tro cúmulo (Grupo Local) es muy extenso pero tiene pocas galaxias: dos galaxias muy grandes, (la propia Vía Láctea y Andrómeda), otra galaxia mediana (Galaxia del Triángulo) y unas 30 galaxias enanas (p.e. las Nubes de Magallanes).

La distancia entre galaxias es algo básico para que haya vida, porque si están demasiado próximas, se producen ma¬reas gravitatorias entre ellas que impiden que sus estrellas tengan planetas. 0 sea, que de los 100.000 millones de ga¬laxias, sólo una mínima parte es capaz de alojar vida.

La Vía Láctea no es una galaxia más, porque es una de las escasas espirales gigantes, es suficientemente grande como para tener todo tipo de materiales y tiene a su ogro dormido.

Pistas para creer en Dios (I): el universo

¿El universo da indicios de haber sido creado con una intencionalidad o es fruto del azar? En caso afirmativo, la potencia que lo creó es una fuerza per¬sonal, porque sólo las personas tienen intenciones.

Puede ser conveniente hacernos una idea del tamaño del universo. Se estima en 100.000 millones el número de galaxias. Y cada una de ellas contiene unos 200.000 millones de estrellas. El universo observable mide, de un extremo a otro, 15.000 millones de años luz.

Se sabe que el universo se rige por unas leyes constantes, como la gravitatoria, la electrostática, la carga del electrón, la velocidad de la luz, etc. Todas ellas se han podido medir con gran precisión. Pues bien, la más mínima variación en el equilibrio entre ellas habría llevado a un universo inviable, que habría durado millonésimas de segundo hasta quedar convertido en un agujero negro o que nunca hubiese pasado de ser una «sopa» de hidrógeno.

Roger Penrose, profesor de Matemáticas de Oxford,  ha calculado la probabilidad de que ese equilibrio se haya dado por casualidad. Solo un universo de cada 10(10)^128, salidos por azar, sería viable. Esto sólo admite una lectura sensata: vivimos en un uni¬verso diseñado. Alguien –el Diseñador, y no “algo”- lo ha diseñado para que «funcione», para que sirva para algo.

Pero otros sostienen que es fruto del azar. Ima¬ginemos una casa en mitad de una llanura. Pregun¬tamos quién la ha hecho y nos cuentan: «Un avión que lle¬vaba en su bodega todo el material necesario para la construcción de una casa, pasó volando. Abrió las compuertas y los materiales fueron a caer de forma tal que se formó la casa». Es como si un avión lanzase al aire todas las letras que componen El Quijote, y al caer, por azar, quedase redactada la novela.

Nadie en su sano juicio creería tan peregrina historia. «Es cierto -nos dicen-, si sólo hubiese pasado un avión, pero puede que hayan pasado muchos millones, haciendo cada uno de ellos lo mismo. En todas las ocasiones, el resul¬tado ha sido un montón de escombros. Menos en una en la que ha aparecido una casa». Si el número de aviones que han pasado es del mismo orden de magnitud que la probabilidad de que la casa apa¬rezca, la cosa puede ocurrir.

Pero, ¿en qué planteamiento hay más economía de hipótesis, o qué requiere más “fe”? ¿En un único universo creado por un Diseñador o en 10(10)^128 menos un universos inútiles, salidos no se sabe de dónde, simple¬mente para ser una pulga entre la nada y la nada en el que aparezcan unos pobres hombres capa¬ces de preguntarse por su sentido, pero irremisi¬blemente desorientados y sin la más mínima posi¬bilidad de encontrar nunca su inexistente destino?

Otra objeción:
¿No pudiera ser que todas las bolas del bombo llevasen el mismo número? Es decir, que las leyes de la física exigiesen la creación antes o después. Si así fuese, las leyes de la física tendrían que ser las que son en cualquier uni¬verso y todos ellos serían viables.
Pero, ¿en virtud de qué leyes superiores deben las leyes físicas originar necesariamente un universo viable?

Si todo fuese fruto del azar, las masas podrían atraerse unas veces con una fuerza y otras, con otra, lo que haría a la naturaleza ilógica e impo¬sible de comprender ¿De dónde puede venir ese or¬den? ¿Podría haber alguna ley constante salida del azar?

lunes, 18 de noviembre de 2013

Dios y el concepto de causalidad

¿No cabe pensar que el universo es fruto del azar? Eso sería como si el Quijote fuese fruto de tirar todas sus letras al aire, y cayesen ordenadas en frases, componiendo la mejor novela de los tiempos. Recurrir a una gigantesca casualidad para evitar la explicación por causalidad, es más fideísta aún que el fideísmo de la fe, si existiese.

Donde parece haber un plan hay alguien que ha planificado. Yo no puedo demostrar empíricamente que el mundo ha sido creado por Dios; pero tampoco se puede demostrar lo contrario. No se puede sostener que el mundo se ha hecho solo, o a sí mismo.

Si de un grifo sale agua, detrás hay una tubería, y luego otra mayor y general, y otra mayor que desvía un río, pero al final hay un pantano o una fuente.

Si no hay bellotas no podemos plantar un roble, pero las bellotas vienen de los robles. ¿Quién hizo el primer roble?

¿Quién guió la evolución de los átomos según leyes que evitaron un desarrollo caótico?

Todos los seres son efectos de unas causas, y tiene que haber una primera causa. Pretender que un número infinito de causas pueda dispensar de que hay una primera, es afirmar que un pincel puede pintar por sí mismo, con tal de ser infinitamente largo.

Si vemos una chaqueta colgada en la pared, pero no vemos el gancho, no pensamos que las chaquetas flotan, sino que algo la sujeta. Que yo no conozca la causa no me lleva a pensar que no existe causa. Con ese razonamiento, no investigaríamos nada, ni existiría la ciencia.

Algunos dicen que la dialéctica causa-efecto es un invento filosófico, no existente en la naturaleza. Pero ellos no meten los dedos en el enchufe, porque la dialéctica enchufe-calambrazo sí es real y natural.

El conocimiento de Dios es, por tanto, de tipo natural, no de fe. Pero exige una manera de pensar recta, y a veces renunciamos al discurso racional, porque reconocer que Dios existe implica obedecerle, o rendirle cuentas. Dios se revela para facilitárnoslo.

Argumentos racionales sobre la existencia de Dios

Argumento del Primer motor inmóvil, de Aristóteles (s. IV a.C.)

Todo móvil, a su vez debe ser movido por un motor y éste a su vez, debe ser movido por otro motor, de modo que la cadena de móviles necesita de un primer motor que no sea movido a su vez por otro. Este Primer motor inmóvil debe ser acto puro, forma pura, pues si no estuviese en acto sería imposible que pueda ser motor de algo.
Aristóteles describe el argumento en su Metafísica XII. Describe al Primer Motor como "gnoesis gnoeseos" (conocimiento de conocimiento), de manera que el Primer Motor conoce sólo lo más perfecto: él mismo.
El Primer Motor aristotélico no conocería el mundo creado, sino que sólo realizaría la actividad más perfecta: pensar, conocer. Y sólo puede conocer lo más perfecto que es él mismo. No habría lugar para los hombres o el universo en el pensar del Primer Motor: no es un dios providente.
Tampoco puede ser infinito, porque conocer consiste en acotar, poner límites a la realidad, y el conocimiento de algo ilimitado –dios mismo-, al no poder ser fijado, acabaría por no ser conocimiento.

Argumento del científico persa Avicena (980-1037)

«Todos, incluso aquellos que niegan la existencia de Dios, tienen en su mente la noción de Dios; en efecto, si no la tuvieran, no entenderían lo que dicen cuando afirman que no existe. Ahora bien, esa noción es la del ser más allá del cual no cabe ni siquiera concebir algo más perfecto. Pues bien, ése ser perfectísimo ha de existir necesariamente, pues, ya que la existencia es una perfección, de no ser así, cualquier cosa que existiera sería más perfecta que Él y eso sería contradictorio. Por lo tanto, es necesario que Dios exista».

El argumento de la primera causa, de Sto Tomás de Aquino (1220-1274).

Todo lo que existe tiene una causa que, a su vez, tiene otra causa, y así sucesivamente remontándose hasta llegar a la causa primigenia, o sea, Dios; no admitía que la serie de causas pudiera ser infinita.
1. Todo lo que tiene un principio, tiene una causa.
2. El universo tuvo un principio, y por tanto tuvo una causa.
3. Ninguna causa puede crearse por sí misma. Todo es causado por otra cosa.
4. La cadena de causa y efecto no puede ser infinita.
5. Debe de existir un inicio o primera causa.
6. La primera causa puede ser definida como Dios al cumplir con su definición.
Y si todo tiene que tener alguna causa, ¿entonces Dios debería tener una causa?” No, la causa primera, incausada, es Dios.

El argumento teleológico o intencional

1. Un fenómeno X (p.e. el universo, el proceso evolutivo, al ser humano, etc.) es demasiado complejo como para haber ocurrido al azar. El universo contiene cosas no hechas por el hombre, y que son irreduciblemente complejas.
2. Todas las cosas irreduciblemente complejas presentan intención o preconcepción.
3. La Preconcepción, proyección y la invención, hace necesario un intelecto, mente o voluntad.
4. Dios es el único ser inteligente que ha podido crear X (p.e. el universo, el proceso evolutivo, al ser humano, etc.)
5. Por lo tanto Dios existe.

Argumento ontológico de Descartes (1596-1650)

Aparece en la cuarta parte del Discurso del Método (en la que expone su Pienso, luego existo), y en sus Meditaciones metafísicas (Quinta Meditación, Meditaciones 8 y 10).
1.Cualquier cosa que percibo clara y distintivamente contenida en la idea de algo, debe ser cierta.
2.Clara y distintivamente percibo que, en la idea de Dios se contiene la existencia necesaria.
3.Por tanto, Dios existe.
La perfección de Dios se deriva su existencia, del mismo modo en que una montaña implica necesariamente un valle.

La apuesta de Pascal (1623-1662)

Es un argumento basado en el supuesto de que la existencia de Dios es una cuestión de azar. Aunque no haya evidencia de que Dios existe, lo racional es apostar que sí existe. "La razón es que, aún cuando la probabilidad de la existencia de Dios fuera extremadamente pequeña, tal pequeñez sería compensada por la gran ganancia que se obtendría, o sea, la gloria eterna." Básicamente, el argumento plantea cuatro escenarios:
* Puedes creer en Dios; si existe, entonces irás al cielo.
* Puedes creer en Dios; si no existe, entonces no ganarás nada.
* Puedes no creer en Dios; si no existe, entonces tampoco ganarás nada.
* Puedes no creer en Dios; si existe, entonces no irás al cielo[
“Usted tiene dos cosas que perder: la verdad y el bien, y dos cosas que comprometer: su razón y su voluntad, su conocimiento y su bienaventuranza; y su naturaleza posee dos cosas de las que debe huir: el error y la miseria. (…) Vamos a pesar la ganancia y la pérdida, eligiendo cruz (de cara o cruz) para el hecho de que Dios existe. Estimemos estos dos casos: si usted gana, usted gana todo; si usted pierde, usted no pierde nada. Apueste usted que Él existe, sin titubear. (Pensamientos. Blaise Pascal, 1670)

Las 5 vías de Santo Tomás

(Suma de Teología, primera parte, q. 2, art. 3)

La existencia de Dios puede ser probada de cinco maneras distintas:
1) La primera y más clara es la que se deduce del movimiento. Pues es cierto, y lo perciben los sentidos, que en este mundo hay movimiento. Y todo lo que se mueve es movido por otro. De hecho nada se mueve a no ser que en, cuanto potencia, esté orientado a aquello por lo que se mueve. Por su parte, quien mueve está en acto. Pues mover no es más que pasar de la potencia al acto. La potencia no puede pasar a acto más que por quien está en acto.
Ejemplo: El fuego, en acto caliente, hace que la madera, en potencia caliente, pase a caliente en acto. De este modo la mueve y cambia. Pero no es posible que una cosa sea lo mismo simultáneamente en potencia y en acto; sólo lo puede ser respecto a algo distinto.
Ejemplo: Lo que es caliente en acto, no puede ser al mismo tiempo caliente en potencia, pero sí puede ser en potencia frío.
Igualmente, es imposible que algo mueva y sea movido al mismo tiempo, o que se mueva a sí mismo. Todo lo que se mueve necesita ser movido por otro.
Pero si lo que es movido por otro se mueve, necesita ser movido por otro, y éste por otro. Este proceder no se puede llevar indefinidamente, porque no se llegaría al primero que mueve, y así no habría motor alguno pues los motores intermedios no mueven más que por ser movidos por el primer motor.
Ejemplo: Un bastón no mueve nada si no es movido por la mano. Por lo tanto, es necesario llegar a aquel primer motor al que nadie mueve. En éste, todos reconocen a Dios.

2) La segunda es la que se deduce de la causa eficiente. Pues nos encontramos que en el mundo sensible hay un orden de causas eficientes. Sin embargo, no encontramos, ni es posible, que algo sea causa eficiente de sí mismo, pues sería anterior a sí mismo, cosa imposible. En las causas eficientes no es posible proceder indefinidamente porque en todas las causas eficientes hay orden: la primera es causa de la intermedia; y ésta, sea una o múltiple, lo es de la última. Puesto que, si se quita la causa, desaparece el efecto, si en el orden de las causas eficientes no existiera la primera, no se daría tampoco ni la última ni la intermedia. Si en las causas eficientes llevásemos hasta el infinito este proceder, no existiría la primera causa eficiente; en consecuencia no habría efecto último ni causa intermedia y esto es absolutamente falso. Por lo tanto, es necesario admitir una causa eficiente primera. Todos la llaman Dios.

3) La tercera es la que se deduce a partir de lo posible y de lo necesario. Y dice: Encontramos que las cosas pueden existir o no existir, pues pueden ser producidas o destruidas, y consecuentemente es posible que existan o que no existan. Es imposible que las cosas sometidas a tal posibilidad existan siempre, pues lo que lleva en sí mismo la posibilidad de no existir, en un tiempo no existió. Si, pues, todas las cosas llevan en sí mismas la posibilidad de no existir, hubo un tiempo en que nada existió. Pero si esto es verdad, tampoco ahora existiría nada, puesto que lo que no existe no empieza a existir más que por algo que ya existe. Si, pues, nada existía, es imposible que algo empezara a existir; en consecuencia, nada existiría; y esto es absolutamente falso. Luego no todos los seres son sólo posibilidad; sino que es preciso algún ser necesario. Todo ser necesario encuentra su necesidad en otro, o no la tiene.
Por otra parte, no es posible que en los seres necesarios se busque la causa de su necesidad llevando este proceder indefinidamente, como quedó probado al tratar las causas eficientes (núm. 2). Por lo tanto, es preciso admitir algo que sea absolutamente necesario, cuya causa de su necesidad no esté en otro, sino que él sea causa de la necesidad de los demás. Todos le dicen Dios.

4) La cuarta se deduce de la jerarquía de valores que encontramos en las cosas. Pues nos encontramos que la bondad, la veracidad, la nobleza y otros valores se dan en las cosas. En unas más y en otras menos. Pero este más y este menos se dice de las cosas en cuanto que se aproximan más o menos a lo máximo. Así, caliente se dice de aquello que se aproxima más al máximo calor.
Hay algo, por tanto, que es muy veraz, muy bueno, muy noble; y, en consecuencia, es el máximo ser; pues las cosas que son sumamente verdaderas, son seres máximos, como se dice en II Metáis. Como quiera que en cualquier género, lo máximo se convierte en causa de lo que pertenece a tal género -así el fuego, que es el máximo calor, es causa de todos los calores, como se explica en el mismo libro-, del mismo modo hay algo que en todos los seres es causa de su existir, de su bondad, de cualquier otra perfección. Le llamamos Dios.

5) La quinta se deduce a partir del ordenamiento de las cosas. Pues vemos que hay cosas que no tienen conocimiento, como son los cuerpos naturales, y que obran por un fin. Esto se puede comprobar observando cómo siempre o a menudo obran igual para conseguir lo mejor. De donde se deduce que, para alcanzar su objetivo, no obran al azar, sino intencionadamente.
Las cosas que no tienen conocimiento no tienden al fin sin ser dirigidas por alguien con conocimiento e inteligencia, como la flecha por el arquero. Por lo tanto, hay alguien inteligente por el que todas las cosas son dirigidas al fin. Le llamamos Dios.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Vivimos gracias a la confianza

No todo lo que nos ata restringe nuestra libertad. Por ejemplo, las cadenas esclavizan, pero las raíces –que también atan- nos alimentan. Así es la fe, una raíz.
En todos los ámbitos, vivimos gracias a la confianza en los expertos. ¿Por qué no confiar también en Dios, con respecto al sentido de nuestra vida?
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No tenemos evidencias empíricas de todo. Si no confiáramos en los demás, si no tuviéramos fe en ellos, podríamos dudar de casi todo: p.e. de si somos hijos de nuestros padres (hay niños robados), del medicamento y el rótulo de su caja, de los carteles de las autopistas, de que la cena no está envenenada, o de tantos detalles de geografía e historia, etc.
Lo mismo pasa en la amistad y el amor: no sabemos si en caso de problemas esta persona me será fiel. Sólo puedo decir que creo en ella. La amistad exige confianza.
El ámbito de lo que yo puedo comprobar empíricamente es muy limitado, y sería muy reduccionista confiar sólo en lo que yo puedo comprobar por mí mismo. No es razonable pedir un desproporcionado grado de seguridad, sobre todo si sólo lo pedimos para las cuestiones de fe y moral.
La resistencia para creer en Dios procede de que eso implica decisiones morales, es decir, de la conducta. Por eso, Dios quiere moverse en el terreno de la fe, y no nos proporciona evidencias irrefutables. El acto de fe reclama la libertad. Hay que entender bien la libertad, y distinguir entre los lazos que dan vida y los vínculos que esclavizan: si rompes tus cadenas, te liberas; pero si cortas con tus raíces –que también atan-, mueres.
No se puede demostrar empíricamente (aunque sí se puede mostrar lógicamente) la existencia de Dios, porque Dios no es sensible, no se mueve en el mundo físico, sino en la metafísica. Tampoco se puede demostrar que no exista. Y sin embargo, los que no quieren creer viven como si Dios no existiera, es decir, que ya toman partido.
¿Y en caso de equivocarse? Decía Pascal: “prefiero equivocarme creyendo en un Dios que no existe, que equivocarme no creyendo en un Dios que existe. Porque si después no hay nada, evidentemente nunca lo sabré, cuando me hunda en la nada eterna. Pero si hay algo, si hay Alguien, tendré que dar cuenta de mi actitud de rechazo”.
Además, en el plano meramente humano, la fe da sentido a la vida del creyente. A veces, los no-creyentes “bienintencionados” (p.e. Mario Vargas Llosa) suelen decir que tienen envidia de la alegría e ingenuidad de los creyentes, pues la fe les ayuda a sobrellevar los disgustos y dificultades de la vida, mientras el no-creyente no les encuentra ningún sentido.
Una vez más, la explicación del creyente puede parecer ardua, pero la del increyente es más ardua aún, y desesperanzadora.

lunes, 4 de noviembre de 2013

¿Porqué hay que confesarse con un sacerdote?



Si sólo Dios puede perdonar los pecados, y si lo esencial es que uno, en el interior de su corazón, se arrepienta ante Dios, ¿porqué es necesario confesarse ante un sacerdote?

1. Porque es el ofendido, y no el ofensor, quien establece en qué condiciones se aceptan las disculpas. Y Jesucristo, el día de su resurrección, cuando ya había conseguido el perdón para todo el género humano, confirió a los discípulos el poder de perdonar los pecados:

Como el Padre me envió, así os envío yo. Dicho esto sopló sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les son perdonados; a quienes se los retengáis, les son retenidos” (Jn 20, 21-23).

2. Porque todos formamos un Pueblo de Dios, somos una comunidad; nadie se administra a sí mismo ningún sacramento (salvo el sacerdote cuando comulga). Esto pone de manifiesto que la salvación nos es concedida, no la alcanzamos nosotros.

3. Porque se evita así que el juicio sobre la gravedad de nuestros pecados, la penitencia a cumplir, etc. sea demasiado subjetivo. Al recibir la absolución del sacerdote, tenemos certeza –no sólo la impresión subjetiva- de que hemos sido perdonados.

4. Porque así nos reconciliamos también con la comunidad, con la Iglesia; en efecto, todo pecado, incluso los más internos, dañan a la comunidad porque desordenan a la persona individual, y su mala conciencia se refleja en su comportamiento externo. En todo caso, restan santidad a la comunidad.

5. Porque manifestar los pecados, expresarlos, sacarlos de dentro de nosotros, nos libera de su peso.

6. Porque el sacerdote puede darnos consejos para la lucha espiritual.

lunes, 28 de octubre de 2013

¿Porqué hay que ir a Misa los domingos?

Es verdad que es una obligación que nos ata, pero nos ata al bien.

La esencia de la Misa es la obediencia del Hijo que se ofrece al Padre, en un acto de obediencia, de identificación con su voluntad, a pesar del sacrificio que conlleva.
Nosotros ¿no vamos a vencer el esfuerzo de asistir, no vamos a ser obedientes también?

El ser humano:
-    es corporal, material y sensible, por lo que necesita gestos y signos sensibles, no sólo puramente espirituales;
-    es temporal, histórico, y necesita que las cosas se repitan en el tiempo, no sólo una vez; “El tiempo no es el féretro de nuestras ilusiones; es la oportunidad para transformar los momentos fugaces de esta vida en semillas de eternidad” (Juan Pablo II);
-    es social, y necesita celebrar en comunidad, con los demás.

1. Dios-creador estableció un día para descansar y bendecir a Dios

“en seis días hizo Yahveh el cielo y la tierra, el mar y todo cuanto contienen, y el séptimo descansó; por eso bendijo Yahveh el día del sábado y lo hizo sagrado” (Ex 20,11)

2. Luego, Jesucristo resucitó en domingo, y el Espíritu Santo descendió en domingo

Los 4 evangelios cuentan que Jesucristo resucitó “al amanecer del primer día de la semana, y se apareció en primer lugar a María Magdalena” (Marcos)

Por la tarde, se aparece a sus discípulos. “Al atardecer de aquel día, el siguiente al sábado, con las puertas del lugar donde se habían reunido los discípulos cerradas por miedo a los judíos, vino Jesús, se presentó en medio de ellos” (Jn 20,19).
Y como Tomás no estaba presente, Jesús volvió “pasados ocho días”, el mismo día de la semana. Parece que quiere insistir y reforzar la idea del domingo.

¿Cómo es tu domingo? ¿Es descanso en el Señor, en la familia, en la Iglesia?
¿Cómo vives el tercer mandamiento –santificarás las fiestas-, y el cuarto mandamiento –honrarás a tu padre y a tu madre-, los fines de semana?

El domingo es
-    descanso de la creación, y dies Domini (día del Señor)
-    día de la resurrección y dies Christi (día de Cristo)
-    día de la Pentecostés del Espíritu Santo, y dies ecclesiae (día de la institución de la iglesia, con sentido comunitario)

Al principio, era el dies solis, día del sol (aún se dice sunday en inglés, sontag en alemán)

Los nombres de la semana proceden de los astros, según la distancia a la tierra, aunque se equivocaban en alguno: luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus, Saturno, Sol. La semana de siete días no es sólo un invento cristiano: procede de la subdivisión natural del mes lunar de 28 días, el tiempo que la luna emplea en girar alrededor de nuestro planeta.

3. Dies ecclesiae

Día comunitario, eclesial.
A veces, los esposos tienen pocas ocasiones de hablar, o los padres con los hijos. Me refiero a hablar de verdad, no con monosílabos o evasivas.

La forma de la Misa se ha ido elaborando durante siglos. No se despacha en diez minutos; la finalidad no es sólo la consagración y comulgar, al igual que un banquete de bodas dura 3-4 horas, y la finalidad no es alimentarse, sino celebrar.

Es un día para ayudar a los demás, para la solidaridad, etc. Que el fin de semana no sea sólo para mi diversión, mi descanso, mi estudio.

4. Reunión dominical

Es bueno ir a misa siempre acompañado por amigos o familiares. Así ambos acuden más fácilmente.
En España, para una persona sana, no ir a misa un domingo es pecado grave, pues hay muchas misas y no están demasiado lejos.

Conviene utilizar una vestimenta adecuada, no muy deportiva o playera. Preparar el alma para recibir a Jesucristo.

Hay modos muy diversos de celebrar la misa. Si los cantos te parecen malos, o la homilía aburrida, busca un lugar donde se celebre como a ti te guste.


Motivos comúnmente aducidos para no ir a Misa


1. No siento nada.
Lo principal no es sentir, sino alabar a Dios, darle gracias, pedirle virtudes y favores, pedirle perdón por las ofensas. Vamos para honrar a Dios, no a mi gusto. El protagonista es Dios, no mi gusto.
Además, si pones de tu parte y “metes la cabeza” en lo que se dice, pronto también tú sentirás, aunque eso no es lo importante.

2. Me aburro.
A Misa no vamos a divertirnos. El verdadero problema tal vez sea que no sientes la necesidad de pedir nada. Y sin embargo, necesitas virtudes: generosidad, alegría, fortaleza, sobriedad, etc.

3. Es siempre lo mismo.
La misa se repite –con algunas variaciones- porque no es una obra de teatro o una película, cuyo final aún no conoces. Es la actualización de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, que sucedió en un momento histórico; en la misa Jesucristo vuelve a hacer presente y actual el ofrecimiento de su vida.

Si lo piensas, hay muchas cosas en nuestra vida –con los familiares, con los amigos- que son siempre iguales, y sin embargo nos gusta volver a revivirlas, una vez y otra.

4. No tengo tiempo.
Más bien sucede al revés: lo único que tenemos es tiempo. La persona es un tiempo, unos años de vida, y unos talentos. Cada uno se dedica a lo que quiere. Con nuestras pequeñas decisiones, vamos dando prioridad a unas cosas u otras.

5. Tengo otros planes mejores: excursiones, deporte, etc.
No hay que plantear las cosas como una dicotomía (o hago esto o voy a Misa), sino insertar a Dios y la Misa en mis planes.

6. Tengo dudas de fe.
La fe es un regalo de Dios, y hay que pedirla. Alejarse de Dios dejando de ir a Misa, no parece el mejor método para resolver las dudas de fe e incrementarla… La frecuencia de sacramentos -confesión y comunión- es la más efectiva manera de aumentar la fe.

7. Estoy peleado con Dios.
"Hubo algo que pasó en mi vida (la muerte de un ser muy querido, un fracaso muy doloroso, una enfermedad… o cualquier otra tragedia) que me hizo enfadarme con Dios: Si Él me hace esto… ¿por qué voy a ir a Misa?”
Dios nos quiere más que nosotros mismos, y sabe más del futuro que nosotros. Todo lo que dispone es para nuestro bien. Si no hubiese sucedido aquello, podrían haber pasado otros males.

8. Hay gente que va y después se porta mal.
Es verdad; ir a Misa sólo no basta. En aquellos que van y después no son honrados, lo malo es que son deshonestos… no que vayan a Misa… que sigue siendo algo bueno aunque ellos después se porten mal. La causa de su deshonestidad no es el ir a Misa.
Además, cada uno debe procurar hacer el bien, con independencia de lo que hagan los demás. Dejar la Misa no mejora a nadie… en todo caso lo empeora.


¿Cómo conseguir conectar más con la Misa?

          1. Tratar de vivir la Misa, es decir, rezar en voz alta, responder, cantar, etc.
          2. Leer algo sobre la Misa para entenderla mejor.
          3. Leer y meditar los textos de la Liturgia, que contienen una gran sabiduría.
          4. Prepararse con oraciones.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Amar a Jescristo: ¿Qué han dicho algunos santos?


¿Qué han dicho algunos santos sobre Jesucristo?

En el camino de Damasco, Pablo descubrió que el Hijo de Dios vive en cada uno de los que creen en él. Pablo lo siente, lo sabe, lo vive. Jesús vive en él, amándole con un amor loco y haciendo de él una criatura nueva. Pablo está totalmente atrapa­do por él, ocupado, poseído. Y capitula sin condiciones ante este amor.

Esta presencia viva de Cristo chorrea por todas sus cartas.
«Mi vivir es Cristo y el morir una ganancia mía» (Flp 1, 22). «Tengo deseos de verme libre de las ata­duras de este cuerpo y estar con Cristo» (Flp 1, 23). «¿Quién podrá separamos del amor de Cristo? Ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni otras fuerzas sobrenaturales, ni lo presente, ni lo futuro, ni poderes de cualquier clase, ni lo de arriba, ni lo de aba­jo, ni cualquier otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rom 8, 36-39). «Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mi» (Gal 2, 19-20). «Sé de quién me he fiado» (2 Tim 1, 12).

Pablo se convierte así en un modelo: alguien para quien el conocimiento se convierte en amor, el amor en seguimiento, y el segui­miento en lucha apasionada por la difusión de su Reino.

Esta misma conciencia de la presencia de Cristo en sus vidas es la que condu­cía, gozosos, a los mártires hasta la muerte. Es la que hace pro­clamar a san Ignacio de Antioquía: «Para mí es mejor morir en Jesucristo que ser rey de los términos de la tierra», y la que le lleva a exclamar ante la muerte: «Per­mitidme ser pasto de las fieras, por las que me es dado alcanzar a Dios. Trigo soy de Dios, y por los dientes de las fieras he de ser molido, a fin de ser presentado como limpio pan de Cristo».

Y san Francisco de Asís no tendrá otra vida que la de arder en su llama:
¿Quién eres tú, mi amado Señor y Dios, y quién soy yo? El más pobre gusano de la tierra entre tus siervos. Señor mío muy amado, ¡cuánto te quisiera amar! Señor mío y Dios mío, yo te doy mi corazón y mi cuerpo, pero con cuánta alegría quisiera más por tu amor, si supiera cómo.

Toda la conmoción del cristianismo ante la figura de Jesús inundará la perso­nalidad de san Bernardo, que llevaba en su alma «una grande y suave herida de amor grande». Conmueve aún hoy su ternura ante los padecimientos de Cristo:
Yo le componía de todas las tristezas y todas las angustias de mi Señor ese ha­cecillo de mirra, primero de sus penalidades de niño, luego de los trabajos y fa­tigas que soportó en el curso de sus predicaciones, de sus vigilias en la oración, de sus tentaciones en el desierto, de sus lágrimas de compasión, de las injurias, de las bofetadas, de los sarcasmos, de las mofas y los clavos.

¿Y cómo no recordar aquella ingenua y emocionante oración a Cristo que es­cribiera san Patricio, el patrón y evangelizador de Irlanda?
Cristo conmigo,
Cristo delante de mí, Cristo detrás de mí,
Cristo dentro de mí, Cristo debajo de mí, Cristo a mi derecha, Cristo a mi izquierda, Cristo en la fortaleza,
Cristo en el asiento del carro, Cristo en la popa de la nave, Cristo en el corazón de todo hombre que piensa en mí, Cristo en la casa de todo hombre que hable de mí, Cristo en todos los ojos que me ven, Cristo en todos los oídos que me oyen.

Ni debo olvidarme de santo Tomás, que sobre su mesa tuvo siempre las que eran las dos fuentes de su inspiración teológica: los evangelios y el crucifijo, y que, al final de su vida, habría dado todos sus libros escritos por un poco más de amor. Verdaderamente su pasión por Jesús valía más que toda su ciencia:
Yo te amo y estoy maravillado ante ti, yo te bendigo. Por los beneficios que me has hecho y de los cuales yo soy indigno, yo te amo porque tú eres digno de amor y porque tú me has llamado. Porque tú eres bienhechor y has tomado mi corazón. Porque eres indulgente y perdonas mis pecados. Porque te inclinas al perdón y has olvidado mis ofensas. Porque eres eterno y me mantienes viviente.

Y será de nuevo el amor a Cristo lo que alimentará las vidas de los grandes santos del Siglo de oro, como San Ignacio de Loyola:
Sobre todo quería que os ejercitaseis en el puro amor de Jesucristo, nuestro Redentor, y en el deseo de su honra y de la salud de las ánimas que él reparó tan a su costa, pues sois soldados suyos con especial título.

Y Teresa será la gran apasionada de la humanidad de su «buen amigo», su «buen capitán». Y lo será desde el día en que verdaderamente se encontró con él:
Pues andaba mi alma cansada y, aunque quería, no le dejaban descansar las rui­nes costumbres que tenía. Acaeciome que, entrando un día en el oratorio, vi una imagen que habían traído allí a guardar, que se había buscado para cierta fiesta que se hacía en la casa. Era de Cristo muy llagado, y tan devota que, mirándo­le, toda me turbó de verle tal, porque representaba bien lo que pasó por nosotros. Fue tanto lo que sentí de lo mal que había agradecido aquellas llagas, que el co­razón me parece se me partía y arrojeme cabe él con grandísimo derramamien­to de lágrimas, suplicándole me fortaleciese ya de una vez para no ofenderle”.

San Juan de la Cruz le encontrará en la cima de la mística para gritar:
Tú no me quitarás, Dios mío, lo que de una vez me diste en tu único Hijo, Jesucristo, en quien me das todo lo que quiero.

Y en el siglo XIX, el frío siglo del racionalismo, el cura de Ars proclamará que «nadie es tan amado en el mundo, aun en nuestros días, como Jesucristo». Y la pequeña Teresa de Lisieux gritará que «Jesús es un abismo cuya profundidad no se puede sondear». Y el cardenal Newman, que proclamaba que «un auténtico cristiano no puede oír el nombre de Cristo sin emoción», la experimentaba él mismo en sus palabras:
Aguardan la venida de Cristo los que sienten por él una devoción tierna e impaciente, se alimentan con su recuerdo, están suspendidos de sus labios y viven de sus sonrisas. Todo lo que os lo recuerda excita y él es el primer pensamien­to que os asalta al levantaros por la mañana. ¿Sabéis lo que es vivir del afecto y de la ternura hacia un amigo que está cerca de vosotros? Vuestros ojos adivi­nan los suyos, leéis en su alma, el menor cambio de su actitud tiene un signi­ficado para vosotros, os adelantáis a sus deseos y necesidades.

¿Y cómo olvidar que la figura de Jesús ha sido el eje, el centro, el alma del pensamiento de los últimos pontífices?
Cristo es la cumbre y el Señor de toda la historia. El punto más luminoso de las conquistas y de las ascensiones humanas y cristianas es el contacto directo con Jesús. Él es la herencia más preciosa de los siglos. El único camino para no ex­traviarse, la única verdad para no equivocarse, la única vida para no morir, si­gue siendo Cristo. Sin Jesús, sin una fe viva, sin una gozosa esperanza y una caridad activa en él y hacia él, nuestra vida perdería por completo su significa­do (Beato Juan XXIII).

¡Abrid de par en par las puertas a Cristo! ¿Qué teméis? Tened confianza en él. Arriesgaos a seguirlo. Esto exige, evidentemente, que salgáis de vosotros mismos, de vuestros razonamientos, de vuestra «prudencia», de vuestra indife­rencia, de vuestra suficiencia, de vuestras costumbres no cristianas que pro­bablemente habéis adquirido. Dejad que Cristo sea para vosotros el camino, la verdad y la vida. Dejad que sea vuestra salvación y vuestra felicidad. Dejad que ocupe por completo vuestra existencia para alcanzar con él todas vuestras dimensiones, para que todas vuestras relaciones, actividades, sentimientos, pensamientos sean integrados en él o, por decirlo así, sean «cristificados». Yo os deseo que, con Cristo, reconozcáis a Dios como el principio y el fin de vues­tra existencia (Juan Pablo II).

Y ¿cómo olvidar las conmovedoras palabras que el cardenal Mercier dirigía a sus sacerdotes?:
Si nos qui­tan a Nuestro Señor, nos arrancan el corazón y nos dejan fríos y helados al bor­de de la noche, cuando están para caer las sombras que nos abatirían en la de­sesperanza y en la angustia, esa angustia tremenda de aquellos que no creen en Cristo. Quédate con nosotros, Señor, porque está atardeciendo. Existe la ten­dencia en los tiempos actuales de transformar la vida en un moralismo puro, en el cristianismo sin Cristo que equivaldría no a un árbol sin fruto, sino a un fru­to sin árbol.

Los grandes teólogos de nuestro siglo descubrirán que la esencia del cristia­nismo es Jesús, amarle, seguirle. Lo proclama Romano Guardini:
No hay doctrina, ni sistema de valores morales, ni actitud religiosa, ni programa de vida susceptibles de ser desgajados de la persona de Cristo y de los que pue­da decirse: he ahí el cristianismo. El cristianismo es él mismo. Un contenido doctrinal es cristiano en la medida en que su ritmo viene determinado por él. No es cristiano lo que no le contenga. La persona de Cristo es cristianismo. Y si al­guno preguntara qué hay de cierto en la vida y en la muerte, tan cierto que todo lo demás pueda fundamentarse en ello, la respuesta es: el amor de Cristo.

¿Y nosotros, pobres y pequeñas gentes que todavía apenas hemos logrado vislumbrar su grandeza? ¿Qué nos queda a nosotros, sino volvernos a Él para pedirle que nos permita ver su rostro, contemplarle, conocerle, amarle, se­guirle?

Han pasado veinte siglos desde que se marchó de nuestro lado. Entretanto, los caballeros de es­te mundo -el poder, el dinero, el egoísmo, el placer- se ríen de nosotros.

Y, sin embargo, seguimos esperándote, Señor. Absurdamente quizá. Pero apasionadamente. Y es que sabemos que la única llama que queda en nuestro hogar, que ese rescoldo de fe batida por los vientos, certifica aún hoy cuánto te necesita­mos. Y es que sabemos que allá, en el fondo de nuestros corazones, se sigue alzan­do la misma gran voz de la esperanza de los primeros cristianos: «Marana tha», es decir, «Ven, Señor Jesús».

Porque sabemos que tú vendrás, estás viniendo. O mejor, no te has ido. Estás detrás del velo de nuestra ciega mediocridad. Tal vez basten tan sólo unos cénti­mos de fe para comprobar que tú estás con nosotros. Para descubrir que, a fin de cuentas, únicamente hay un problema: saber hasta qué punto te amamos y esta­mos dispuestos a seguirte.


lunes, 2 de septiembre de 2013

Razones para esperar al matrimonio para mantener relaciones sexuales



Razones para esperar al matrimonio para mantener relaciones sexuales



Índice:

  1. Primera: porque el sexo no es un juego intrascendente, sino que deja huella; y no sabes si el noviazgo durará
  2. Segunda: porque si hay sexo, la relación se focaliza en eso, y el amor madura deficientemente
  3. Tercera: porque la espera ayuda a que el amor madure
  4. Cuarta: porque la espera educa para la fidelidad del mañana
  5. Quinta: porque suele haber otras motivaciones menos nobles mezcladas con el amor
  6. Tampoco hay que esperar demasiado. No hay que tener miedo al matrimonio


Primera: porque el sexo no es un juego intrascendente, sino que deja huella; y no sabes si el noviazgo durará

1.                 Los gestos del cuerpo (la sonrisa, las lágrimas, un apretón de manos, un abrazo, un beso, las caricias) expresan la interioridad de la persona; no son un juego indiferente.
2.                 Tener relaciones sexuales deja huella en la afectividad. Si el actual noviazgo se rompiese,  ¿te sentirías bien por haber tenido relaciones sexuales? ¿Crees que te plantearías el siguiente noviazgo igual?
3.                 El sexo no es un juego; modifica a la persona por dentro. No es algo externo. Por ejemplo, quien roba, roba un objeto, y a la vez se convierte en ladrón. Quien miente, engaña a otro y se convierte a sí mismo en mentiroso. Quien no estudia, se convierte en vago. Y quien se deja llevar en el sexo se hace más egoísta. Por ejemplo, el consumo de pornografía –aunque sea privado- no es indiferente: el chico(a) adicto a la pornografía querrá que su novia sea y se comporte como las modelos, y eso no es posible porque las modelos son irreales.
4.                 Así como comer es bueno, pero si no se lleva bien provoca descontrol (anorexia, obesidad, etc.), del mismo modo, el sexo es bueno, pero si no se dirige y controla, puede derivar en egoísmo.


Segunda: porque si hay sexo, la relación se focaliza en lo placentero, y el amor madura deficientemente

5.                 Al principio, el noviazgo es fogoso, se basa en la atracción; es el enamoramiento, una fase muy inicial del amor, en la que no es fácil ser objetivo sobre la otra persona. Si el noviazgo se focaliza en el sexo, no se percibe con claridad cómo marcha.
6.                 El sexo tiene gran peso en la persona. Precisamente por eso hay que educarlo, tiene que madurar. Si uno no sabe esperar, nunca aprenderá que en el sexo, además de placer, hay donación; siempre será una sexualidad por placer, inmadura. Lo mismo pasa en la lucha contra el mal carácter, o en la aceptación del otro como es; o uno aprende a madurar y luchar contra sí mismo, y a darse, o siempre pensará que mi novia o mi mujer tiene que aguantarme como soy; esto se aprende en el noviazgo. Si no hay espera, no hay maduración; la relación se focaliza sólo en lo placentero.
7.                 El ejercicio de la sexualidad conlleva alegrías (el placer del sexo, y el gusto de estar juntos, etc.), pero también conlleva compromiso y sacrificios (engendrar hijos, y el sacrificio de educarlos). Si sólo se acepta un aspecto, no es verdad que haya entrega plena.
8.                 Durante el noviazgo, si se tiene sexo se entrega el cuerpo. Pero en el matrimonio, además del sexo, hay que entregar el tiempo, las posibilidades del futuro, el dinero, la comodidad de hacer mis planes, la ciudad donde vivir, los padres a los que hay que visitar, la manera de descansar, etc. Entre el noviazgo y el matrimonio hay un salto muy grande en la entrega.


Tercera: porque la espera ayuda a que el amor madure

9.                 Si se piensa –demasiado rápidamente- que la otra persona ya es la definitiva, y luego la relación se rompe, y después se comienza otra relación también con sexo, se van creando más y más lazos; y cuantos más lazos se vayan creando, más superficiales se vuelven todos.
10.             Los novios no se quieren más por tener sexo; al revés, se quieren más cuando son más generosos y menos egoístas. Observa a tu alrededor. ¿Crees que las parejas que tienen relaciones sexuales se quieren más y duran más en el tiempo?
11.             La espera hace que la relación no se centre en el placer, sino en lo que importa a largo plazo, en ayudarse.
12.             Se aprende a querer y a mostrar el afecto de muchos modos, quizá con detalles más difíciles (ingenio e inventiva, regalos, recuerdos, llamadas perdidas). Hay muchos modos de manifestar un “te quiero” (tener un detalle, una flor, un beso, preguntar por sus temas, etc.). Una vez casados, el acto conyugal es una manera más de decir “te quiero”. Es la manera más expresiva y comprometedora, pero no es la única; de hecho, cuando los esposos se hacen mayores, y dejan de unirse sexualmente, deben saber seguir amándose de otros modos.


Cuarta: porque la espera educa para la fidelidad del mañana

13.             En el noviazgo, el sacrificio consiste en postergar el sexo hasta la boda, mientras que en el matrimonio, a menudo el sacrificio consiste en ofrecer de nuevo el sexo, abiertos a la vida. Si en el noviazgo se es capaz de sacrificarse, también lo será en el matrimonio, y viceversa. En cambio, si hoy un novio no se sacrifica, ¿porqué sabrá sacrificarse cuando tenga 45 años, y no ir con una jovencita?
14.             Cualquiera sabe dar sexo, pero sólo algunos saben dar amor y sacrificio en el noviazgo. Si en el noviazgo hay relaciones sexuales completas, ¿qué ha hecho el novio para demostrar que está dispuesto a sobrellevar las dificultades que se presenten en el futuro en el matrimonio? Si sabe esperar hasta la boda para tener sexo, eso es un aval para el futuro, porque en el futuro habrá que sobrellevar los defectos del otro (mientras se es joven, los defectos son menos pesados) y su progresivo envejecimiento corporal.
15.             Un deseo no satisfecho inmediatamente por razones más altruistas y elevadas, se convierte en un deseo moderado, educado, madurado, más profundo. El chico que sabe esperar cuando es novio, sabrá ser fiel cuando tú envejezcas o cuando estés enferma o embarazada y no pueda haber sexo.


Quinta: porque suele haber otras motivaciones menos nobles mezcladas con el amor

16.             Los motivos más frecuentes que los jóvenes suelen aducir para llegar al sexo, además del amor, son: para probar o probarse a uno mismo, por placer, por miedo a perderle, etc.
17.             Si tienes relaciones por placer, el chico te importa poco; es un colaborador agradable, pero no el destinatario de tu donación.
18.             Si tienes relaciones para probar o probarte a ti misma, estás comprobando tu confianza en el ámbito del sexo, te estás buscando a ti misma. Tampoco en ese caso el chico es el destinatario de tu donación, o mejor, no hay verdadera donación.
19.             Si tienes relaciones por miedo a perderle, eres víctima del miedo a quedarte sin novio, no quieres verte sola, eres dependiente emocionalmente.
20.             ¿Eres libre para decir que sí o que no a tener relaciones sexuales? ¿Podrías decir que no? En el matrimonio habrá que saber decir que no en otros temas, tendrás que poder expresar tus puntos de vista y sentimientos, sin miedo al rechazo; esa seguridad y confianza, hay que conquistarla en el noviazgo.
21.             Piensa cómo sería tu noviazgo sin sexo y mira si se sostiene, o se viene abajo. Si no se sostiene, te está utilizando.
22.             El resultado natural y previsible del sexo es un embarazo, antes o después. Si eso sucediese, aunque os regalasen una vivienda y un puesto de trabajo a tu novio y a ti, ¿estarías psicológica, académica, y familiarmente, etc. preparada para tener un hijo ahora? ¿Las razones para no querer un embarazo son sólo de tipo económico?
23.             ¿Estás segura de que ese chico permanecería contigo y te apoyaría incondicionalmente si te quedases embarazada?


Tampoco hay que esperar demasiado. No hay que tener miedo al matrimonio

24.             El noviazgo no debe durar mucho; no es necesario esperar a tener todo resuelto e instalado (puesto de trabajo, piso amueblado, etc.) para casarse.
25.             Los hijos merecen un marco familiar estable, de afecto y jurídico y económico (aunque basta poco dinero): cariño, comida, protección, educación. Ese marco es el matrimonio. No basta convivir mientras las cosas vayan bien.
26.             Quien se pone a convivir con su novio, tiene una actitud frágil ante los defectos del otro y los problemas de convivencia. El que se compromete para siempre, acomete los problemas con una actitud de “este conflicto tenemos que resolverlo entre los dos”, mientras que el que cohabita tiene otra actitud de “si el problema no se soluciona solo, o el otro no se adapta a mí, nos separamos”. Esta diferencia de actitud es determinante. Y no hay que olvidar que las separaciones son dolorosas.
27.             La cohabitación, o el matrimonio con posibilidad de divorcio es como echarse a navegar en un barco cuyo casco tiene una compuerta abierta, bajo el nivel del agua; o como intentar mantener caliente una casa en invierno, sin cerrar una de las ventanas.
28.             Si unos novios se quieren de verdad, y quieren tener sexo, que se casen, para dar un marco estable a los hijos que pueden venir; no hace falta tener una situación económica desahogada para tener hijos. Si quieren tener sexo pero no tener hijos, no se quieren bien; más bien desean la satisfacción de formar una familia en el futuro sin problemas económicos; no están dispuestos a sufrir agobios económicos; quieren un status que satisfaga su estilo de vida, y poder mostrarlo a los amigos, más que a su cónyuge e hijo. Quieren de una manera egoísta.
29.             El matrimonio es para siempre porque así nos defiende de nuestros propios caprichos (enamoramientos) y de nuestra debilidad progresiva (depresiones, etc.). Si aceptamos eso, la entrega es incondicionada.
30.             No hay que tener miedo al matrimonio, ni a los hijos. Uno se puede preguntar si será capaz de ser fiel, a la vista de tantas rupturas sentimentales en los medios de comunicación (cine, tv, revistas, internet); pero también hay muchos que perseveran.
31.             No hay que dejarse llevar por el mal ejemplo de otros. También algunos roban o defraudan en los negocios, y no por eso está bien.
32.             Además, no voy a dejar de conducir porque haya accidentes, ni voy a dejar de trabajar porque otros se vuelvan work-ahólicos (dependientes), o no voy a dejar de beber un poco porque otros se conviertan en alcohólicos. Hay que vivir y amar, sabiendo que la vida es lucha y riesgo.
33.             La fidelidad es fácil si se ponen los medios: pedir perdón por los errores cometidos (al cónyuge y a Dios en la confesión) y recibir el alimento necesario para hacer el camino (la Eucaristía frecuente).
34.             El sexo es bueno, con tal de que no lo separemos ni del amor ni de la vida, ni del compromiso para siempre, porque genera consecuencias “para siempre” (una nueva vida).


Septiembre de 2013