martes, 18 de marzo de 2014

¿Cómo se entiende el celibato de hombres y mujeres laicos? ¿Y el de los sacerdotes?



¿No sería preferible que los sacerdotes pudiesen casarse? Así habría menos riesgo de pederastia, y podrían aconsejar mejor a los casados.

En la iglesia católica latina todos los sacerdotes y obispos han de ser célibes. En la iglesia católica oriental pueden ser ordenados algunos hombres casados, pero no pueden casarse los que ya están ordenados. Y los obispos se eligen entre los sacerdotes célibes.

En la iglesia católica latina pueden ser aceptados como sacerdotes algunos conversos que antes eran sacerdotes casados, de la iglesia anglicana u ortodoxa.

Las razones –unas teológicas, y otras de conveniencia- para exigir el celibato a todos los sacerdotes de la iglesia católica latina, son las siguientes:

Jesucristo quiso ser célibe. Lo habitual entre los rabinos, fariseos y sacerdotes del pueblo de Israel era que se casasen. También había algunos pocos ejemplos de personas que elegían la virginidad, como los esenios, o Juan Bautista, o alguno de los antiguos profetas, como Jeremías. Pero lo normal era que los hombres dedicados a Dios se casasen. Sin embargo, Jesucristo optó por ser célibe.

Parece claro que el sacerdote célibe ha de entregar toda su capacidad de querer a Dios y a los demás. El célibe no es una persona que no sabe querer; lo que ocurre es que no necesita especificar en una sola persona (la esposa) su amor, sino que se dedica a todas las almas, por Dios.

Y además, hay razones de conveniencia: el sacerdote célibe puede dedicar su tiempo a formarse, a estudiar; y está más disponible para atender a quien lo necesite, para dedicar todo su tiempo a la administración de sacramentos, a la predicación, a la asistencia al necesitado, etc. Y además, puede cambiar de lugar de residencia, si las necesidades pastorales lo reclaman.

En cambio, algunos presbíteros casados de otras iglesias apenas pueden dedicar tiempo a su propia formación, al estudio de la teología, etc.

En definitiva, las razones son: imitar a Jesucristo, dedicar a Dios y a los demás todo el corazón, disponer de cabeza y de tiempo para las necesidades pastorales, libertad de condicionamientos para traslados, etc.


¿Cómo se entiende el celibato de hombres y mujeres laicos, sin ser religiosos?

Los textos del Nuevo Testamento en los que se habla del celibato, y en los que aparece recomendado, son fundamental­mente dos:

a) El pasaje del Evangelio según san Mateo en el que Jesucristo alaba a los que han decidido no contraer matrimonio "por el Reino de los cielos" (Mt 19, 12);

b) Y el texto de la Pri­mera Carta a los Corintios en el que san Pablo habla del celibato y del matrimonio como dones o vocaciones divinas, seña­lando a la vez la excelencia de la primera (1 Co 7, 3-7, 25-35).

Ya desde la misma época apostólica hubo cristianos, hombres y mujeres, que asumieron el compromiso del celibato; los varones so­lían ser designados como ascetas; las mujeres, como vírgenes. Entre estas últimas -más numerosas- se llegó en algunos casos a consagrarlas, pero no faltaron mujeres que asumían el celibato sin variar su condición secular.

Quienes siguen ese camino vocacional no son personas que no com­prenden o no aprecian el amor; al contrario, su vida se explica por ese Amor divino.

Quien es llamado por Dios al celibato es alguien que sabe amar, y porque sabe, puede entender dedicar toda la vida a Cristo y a las almas. El celibato, en palabras del papa Benedicto XVI, no pue­de significar «quedarse privados de amor, sino que debe significar dejarse tomar por la pasión por Dios».

El celibato no es la consecuencia de ser incapaz para la vida afectiva. El cristiano célibe debe tener corazón, y mucho, para querer a un gran número de personas, sin necesitar un afecto sensible.

Hay una tendencia a unir el celibato sólo a la condición sacerdotal o a la vida religiosa. Sin embargo, el celibato no implica renunciar a la vida en la calle, a las actividades seculares. Al contrario, ser célibe y laico al mismo tiempo, supone afirmar el valor santificador de las cosas seculares.

Por lo tanto, el celibato propicia dedicar todo el corazón y la cabeza a la misión evangelizadora; además, facilita estar disponible (con tiempo, con posibilidades de movimiento) para la difusión de la san­tidad y al apostolado. El celibato en el Opus Dei es secular y laical, porque es asumido para la personal santificación en medio del mundo y al servicio de una misión apostólica.

Así pues, el celibato obedece a una razón de amor, de entregar el cuerpo y el alma completamente a Dios y a los demás.

Los primeros cristianos vivían a fondo su vocación cristiana; buscaban la santidad por el hecho, sencillo y sublime de haber sido bautizados. Se distinguían de los demás ciudadanos por sus costumbres, más limpias, pero no por lo demás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario