Es natural desear las
cosas agradables que no tenemos. Estos deseos son buenos, siempre que sean
moderados, y no nos empujen a codiciar injustamente lo que pertenece a otro.
Poseer bienes a los que
otros no tienen alcance es una forma de sobresalir, sobre los demás. Otras
formas de prevalecer sobre los demás son ostentar el poder, la capacidad de
decidir, o contar con información que otros no tienen, etc.
Dado que el espíritu
humano ha sido creado para la infinitud y la eternidad, no puede saciarse con
los bienes temporales, ni con los placeres que éstos puedan reportar. Y esa
permanente insatisfacción empuja a poseer nuevos bienes, a disfrutar nuevas
satisfacciones, que tampoco colmarán el anhelo espiritual, pues materia y
espíritu se mueven en planos distintos. Sólo Dios puede saciar la sed inmensa
del hombre.
No es infrecuente,
además, que para conseguir mayores riquezas y sobresalir sobre los demás, se
cometa alguna injusticia contra los dueños, o contra otras personas que también
aspiran a ellas.
Un ejemplo bíblico: el rey David, por su condición de rey, podía
hacerse acompañar por muchas doncellas que estaban a su servicio. Sin embargo,
se encaprichó con la esposa de uno de sus generales. Cuando el profeta Natán
quiso estimular su arrepentimiento, le contó al rey la parábola del pobre que
sólo poseía una oveja, a la que trataba como una hija, y del rico, a pesar de
sus numerosos rebaños, envidiaba al primero y acabó por robarle su cordera.
Los comerciantes y
empresarios no deben desear la escasez o la carestía de sus productos; deben
aceptar de buen grado la competencia; no deben aprovecharse de la miseria para
lucrarse, etc.
Igualmente, los médicos
desean tener enfermos, y los abogados anhelan causas y procesos importantes y
numerosos, pero ni unos ni otros pueden desear el mal de personas concretas, y
han de compadecerse de quienes acuden a ellos.
Por otra parte, no es
malo desear cosas que pertenecen al prójimo, siempre que sea por medios justos.
Pero la envidia es dañina, porque procede del orgullo, del afán de prevalecer;
porque enfrenta a unos contra otros, y lleva a la maledicencia, la calumnia,
etc.
La envidia es la tristeza
ante el bien del prójimo, y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea
indebidamente. Lo contrario de la envidia es la benevolencia, la alegría por el
bien ajeno.
El deseo de riquezas para
sobresalir, impide amar de verdad, porque se contemplan las cosas y las
personas como otros tantos medios para triunfar.
El orgulloso busca el
poder, mientras el humilde confía en
Dios y es capaz de amar, porque no pretende sólo su propio bien.
Algunas consideraciones sobre el mercado, los
managers, y la deslocalización (Encíclica Caritas
in veritate, (nn. 35-40)
Si hay confianza recíproca y
generalizada, el mercado es la
institución económica que permite el encuentro entre las personas, como agentes
económicos que utilizan el contrato como norma de sus relaciones y que
intercambian bienes y servicios de consumo para satisfacer sus necesidades y
deseos. El mercado está sujeto a los principios de la llamada justicia conmutativa, que regula
precisamente la relación entre dar y recibir entre iguales.
Pero la doctrina social de la Iglesia no
ha dejado nunca de subrayar la importancia de la justicia distributiva y de la justicia social para la economía de
mercado, no sólo porque está dentro de un contexto social y político más
amplio, sino también por la trama de relaciones en que se desenvuelve.
(…) se debe tener presente que separar la
gestión económica, a la que correspondería únicamente producir riqueza, de la
acción política, que tendría el
papel de conseguir la justicia mediante la redistribución, es causa de graves
desequilibrios.
No se debe olvidar que el mercado no
existe en su estado puro, se adapta a las configuraciones culturales que lo
concretan y condicionan. En efecto, la economía y las finanzas, al ser
instrumentos, pueden ser mal utilizados cuando quien los gestiona tiene sólo
referencias egoístas. De esta forma, se puede llegar a transformar medios de
por sí buenos en perniciosos.
La doctrina social de la Iglesia sostiene
que se pueden vivir relaciones auténticamente humanas, de amistad y de
sociabilidad, de solidaridad y de reciprocidad, también dentro de la actividad
económica y no solamente fuera o «después» de ella. El sector económico no es
ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial
por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana,
debe ser articulada e institucionalizada éticamente.
El gran desafío que tenemos, planteado
por las dificultades del desarrollo en este tiempo de globalización y agravado
por la crisis económico-financiera actual, es mostrar, tanto en el orden de las
ideas como de los comportamientos, que no sólo no se pueden olvidar o debilitar
los principios tradicionales de la ética social, como la trasparencia, la honestidad y la responsabilidad, sino que en las
relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como
expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad
económica ordinaria.
La obtención de recursos, la
financiación, la producción, el consumo y todas las fases del proceso económico
tienen ineludiblemente implicaciones
morales. Así, toda decisión económica tiene consecuencias de carácter
moral. Lo confirman las ciencias sociales y las tendencias de la economía
contemporánea.
Hace algún tiempo, tal vez se podía
confiar primero a la economía la producción de riqueza y asignar después a la
política la tarea de su distribución. Hoy resulta más difícil, dado que las
actividades económicas no se limitan a territorios
definidos, mientras que las autoridades gubernativas siguen siendo sobre
todo locales.
Uno de los mayores riesgos es sin duda
que la empresa responda casi exclusivamente a las expectativas de los inversores en detrimento de su dimensión
social. Debido a su continuo crecimiento y a la necesidad de mayores capitales,
cada vez son menos las empresas que dependen de un único empresario estable que
se sienta responsable a largo plazo, y no sólo por poco tiempo, de la vida y
los resultados de su empresa, y cada vez son menos las empresas que dependen de
un único territorio.
En los últimos años se ha notado el
crecimiento de una clase cosmopolita de
manager, que a menudo responde sólo a las pretensiones de los nuevos
accionistas de referencia compuestos generalmente por fondos anónimos que
establecen su retribución.
Se ha de evitar que el empleo de recursos
financieros esté motivado por la especulación y ceda a la tentación de buscar
únicamente un beneficio inmediato, en vez de la sostenibilidad de la empresa a largo plazo, su propio servicio a la
economía real y la promoción, en modo adecuado y oportuno, de iniciativas
económicas también en los países necesitados de desarrollo.
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