lunes, 20 de enero de 2014

La envidia o el deseo de sobresalir



Es natural desear las cosas agradables que no tenemos. Estos deseos son buenos, siempre que sean moderados, y no nos empujen a codiciar injustamente lo que pertenece a otro.

Poseer bienes a los que otros no tienen alcance es una forma de sobresalir, sobre los demás. Otras formas de prevalecer sobre los demás son ostentar el poder, la capacidad de decidir, o contar con información que otros no tienen, etc.

Dado que el espíritu humano ha sido creado para la infinitud y la eternidad, no puede saciarse con los bienes temporales, ni con los placeres que éstos puedan reportar. Y esa permanente insatisfacción empuja a poseer nuevos bienes, a disfrutar nuevas satisfacciones, que tampoco colmarán el anhelo espiritual, pues materia y espíritu se mueven en planos distintos. Sólo Dios puede saciar la sed inmensa del hombre.

No es infrecuente, además, que para conseguir mayores riquezas y sobresalir sobre los demás, se cometa alguna injusticia contra los dueños, o contra otras personas que también aspiran a ellas.

Un ejemplo bíblico:   el rey David, por su condición de rey, podía hacerse acompañar por muchas doncellas que estaban a su servicio. Sin embargo, se encaprichó con la esposa de uno de sus generales. Cuando el profeta Natán quiso estimular su arrepentimiento, le contó al rey la parábola del pobre que sólo poseía una oveja, a la que trataba como una hija, y del rico, a pesar de sus numerosos rebaños, envidiaba al primero y acabó por robarle su cordera.

Los comerciantes y empresarios no deben desear la escasez o la carestía de sus productos; deben aceptar de buen grado la competencia; no deben aprovecharse de la miseria para lucrarse, etc.

Igualmente, los médicos desean tener enfermos, y los abogados anhelan causas y procesos importantes y numerosos, pero ni unos ni otros pueden desear el mal de personas concretas, y han de compadecerse de quienes acuden a ellos.

Por otra parte, no es malo desear cosas que pertenecen al prójimo, siempre que sea por medios justos. Pero la envidia es dañina, porque procede del orgullo, del afán de prevalecer; porque enfrenta a unos contra otros, y lleva a la maledicencia, la calumnia, etc.

La envidia es la tristeza ante el bien del prójimo, y el deseo desordenado de poseerlo, aunque sea indebidamente. Lo contrario de la envidia es la benevolencia, la alegría por el bien ajeno.

El deseo de riquezas para sobresalir, impide amar de verdad, porque se contemplan las cosas y las personas como otros tantos medios para triunfar.

El orgulloso busca el poder, mientras el humilde confía  en Dios y es capaz de amar, porque no pretende sólo su propio bien.

Algunas consideraciones sobre el mercado, los managers, y la deslocalización (Encíclica Caritas in veritate, (nn. 35-40)

Si hay confianza recíproca y generalizada, el mercado es la institución económica que permite el encuentro entre las personas, como agentes económicos que utilizan el contrato como norma de sus relaciones y que intercambian bienes y servicios de consumo para satisfacer sus necesidades y deseos. El mercado está sujeto a los principios de la llamada justicia conmutativa, que regula precisamente la relación entre dar y recibir entre iguales.

Pero la doctrina social de la Iglesia no ha dejado nunca de subrayar la importancia de la justicia distributiva y de la justicia social para la economía de mercado, no sólo porque está dentro de un contexto social y político más amplio, sino también por la trama de relaciones en que se desenvuelve.

(…) se debe tener presente que separar la gestión económica, a la que correspondería únicamente producir riqueza, de la acción política, que tendría el papel de conseguir la justicia mediante la redistribución, es causa de graves desequilibrios.

No se debe olvidar que el mercado no existe en su estado puro, se adapta a las configuraciones culturales que lo concretan y condicionan. En efecto, la economía y las finanzas, al ser instrumentos, pueden ser mal utilizados cuando quien los gestiona tiene sólo referencias egoístas. De esta forma, se puede llegar a transformar medios de por sí buenos en perniciosos.

La doctrina social de la Iglesia sostiene que se pueden vivir relaciones auténticamente humanas, de amistad y de sociabilidad, de solidaridad y de reciprocidad, también dentro de la actividad económica y no solamente fuera o «después» de ella. El sector económico no es ni éticamente neutro ni inhumano o antisocial por naturaleza. Es una actividad del hombre y, precisamente porque es humana, debe ser articulada e institucionalizada éticamente.

El gran desafío que tenemos, planteado por las dificultades del desarrollo en este tiempo de globalización y agravado por la crisis económico-financiera actual, es mostrar, tanto en el orden de las ideas como de los comportamientos, que no sólo no se pueden olvidar o debilitar los principios tradicionales de la ética social, como la trasparencia, la honestidad y la responsabilidad, sino que en las relaciones mercantiles el principio de gratuidad y la lógica del don, como expresiones de fraternidad, pueden y deben tener espacio en la actividad económica ordinaria.

La obtención de recursos, la financiación, la producción, el consumo y todas las fases del proceso económico tienen ineludiblemente implicaciones morales. Así, toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral. Lo confirman las ciencias sociales y las tendencias de la economía contemporánea.

Hace algún tiempo, tal vez se podía confiar primero a la economía la producción de riqueza y asignar después a la política la tarea de su distribución. Hoy resulta más difícil, dado que las actividades económicas no se limitan a territorios definidos, mientras que las autoridades gubernativas siguen siendo sobre todo locales.

Uno de los mayores riesgos es sin duda que la empresa responda casi exclusivamente a las expectativas de los inversores en detrimento de su dimensión social. Debido a su continuo crecimiento y a la necesidad de mayores capitales, cada vez son menos las empresas que dependen de un único empresario estable que se sienta responsable a largo plazo, y no sólo por poco tiempo, de la vida y los resultados de su empresa, y cada vez son menos las empresas que dependen de un único territorio.

En los últimos años se ha notado el crecimiento de una clase cosmopolita de manager, que a menudo responde sólo a las pretensiones de los nuevos accionistas de referencia compuestos generalmente por fondos anónimos que establecen su retribución.

Se ha de evitar que el empleo de recursos financieros esté motivado por la especulación y ceda a la tentación de buscar únicamente un beneficio inmediato, en vez de la sostenibilidad de la empresa a largo plazo, su propio servicio a la economía real y la promoción, en modo adecuado y oportuno, de iniciativas económicas también en los países necesitados de desarrollo.

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