1.
¿Cómo reconocemos el alma espiritual?
Las facultades del alma humana, hecha a
imagen de Dios, son la inteligencia y la voluntad. Y en el comportamiento
influyen las pasiones y los sentimientos.
No tenemos evidencia sensible del alma,
pero la percibimos por sus efectos: el lenguaje, la autoconciencia, el sentido
artístico; los animales no crean una obra de arte, no hablan, no construyen.
No vemos el alma -ni la electricidad ni
el calor, ni la música en las ondas de radio-, pero percibimos la inteligencia
y voluntad, el amor y la compasión, el sentido artístico. Tampoco vemos las
bacterias y virus, pero percibimos sus efectos.
Imaginemos que a un científico de hace
dos o tres siglos le enseñasen una radio. Creería que el sonido viene de
dentro, de sus piezas. Él no ve las ondas que entran; argumentaría que ésa es
una explicación simplista, que hay que abrir el aparato; quizá entienda cada
pieza y las imite, pero no comprenderá cómo funciona hasta que crea en las
ondas de radio, que no se ven.
Si oyes cantar un pajarillo pero no lo
ves, no se te ocurre pensar que el follaje canta. Que yo no pueda captar algo,
no significa que no exista. Por ejemplo, si al ir a pescar uso una red cuyos
cuadrados miden un palmo por un palmo, sólo podré pescar peces mayores que un
palmo; pero los peces más pequeños sí existen.
2.
Racionalismo en el siglo XVIII, romanticismo en el XIX, y subjetivismo
posmoderno en el XXI.
El racionalismo dominó la cultura durante
los siglos XVII y XVIII, tras René Descartes (+1650). Sostenía que la fuente de
conocimiento es la razón y rechaza la aportación de los sentidos, ya que nos
pueden engañar.
Después, el romanticismo impregnó toda la
cultura a finales del siglo XVIII, como reacción contra el racionalismo de la Ilustración y el
Clasicismo, confiriendo prioridad a los sentimientos. Su característica
fundamental es la ruptura con la tradición clasicista y sus reglas
estereotipadas. Postula una libertad creadora, un modo idealista de sentir la
vida, y concebir la naturaleza. Fue adoptando diversas formas hasta el
modernismo del XIX, y las vanguardistas de comienzos del XX.
Tal vez como herencia de ambas
corrientes, nuestros contemporáneos son al mismo tiempo:
a) racionalistas y empiristas para las
ciencias experimentales y la técnica,
b) positivistas para las ciencias
sociales (el derecho, la sociología),
c) subjetivistas para las creencias
personales (la religión, los estilos de vida).
3.
El sentimentalismo
El sentimentalismo consiste en obedecer
más a los sentimientos y a los estados de ánimo, que a la razón. Se apoya más
en las emociones, que en la lógica.
Algunas personas cuentan mucho con el
corazón y menos con la cabeza. Si tienen ganas, si les apetece, se consideran
capaces de todo; si no, se desinflan.
Algunos ejemplos de muy diversa índole:
Si uno está animado, se atreve con todo; en cambio, si está “de bajón”
se siente autorizado a prescindir de todo aquello a lo que se comprometió.
El sentimental da por bueno todo comportamiento que brota, que mana del
interior, del sentimiento, como si todo aquello que surgiese de dentro fuese
naturalmente bueno.
Algunas personas no pueden estar sin música, que es una constante
evocación de sentimientos.
En el ámbito social, la publicidad trata de remover constantemente
nuestras emociones.
Los sentimientos son esenciales, y están
en el origen del comportamiento. Nos movemos por alegría, tristeza,
satisfacción, ánimo, remordimiento o angustia. Sin ellos, la persona se vuelve
poco “humana”.
La felicidad consiste en amar y ser
amado, y eso sólo se logra con los sentimientos.
Pueden ser una gran ayuda, pero no deben
gobernar, marcar la dirección en nuestro caminar, pues los sentimientos van y
vienen.
El corazón y los sentimientos pueden
ayudarnos ser generosos, activos, comprometidos, etc., pero no deben constituir
nuestro principal motor. El corazón solo no basta. Hay que moverse por
convicciones y valores.
4.
Inconvenientes del sentimentalismo
1. El sentimental empieza las tareas con
entusiasmo, y las deja sin acabar bien cuando se le pasa el entusiasmo;
abandona. Si nos basásemos principalmente en los sentimientos, de suyo
variables, y no en convicciones, estaríamos expuestos a sucumbir cuando
desapareciera el entusiasmo.
2. La persona sentimental es inestable de
ánimo, porque se crece con el entusiasmo, pero se amilana ante las
dificultades. Sus propósitos son una llamarada de bengala, incapaz de mantener
encendido el fuego. En cambio, los hábitos facilitan la estabilidad.
3. El sentimental es muy selectivo en sus
amistades: tiene gran intimidad con unos amigos, y desafecto con los demás.
4. Le cuesta corregir; le cuesta pasar un
mal rato, y hacerlo pasar al corregido.
5. El sentimentalismo entraña una gran
paradoja que lo desenmascara: parece tener una gran sensibilidad hacia los
demás, pero termina encerrando al individuo en sus gustos. En el fondo, aísla
al sujeto: le interesa sólo lo que siente él, lo que experimenta él, y en
cambio no entiende el compromiso: por ejemplo, hoy muchos quieren experimentar
el voluntariado, consumen “solidaridad”, pero no se comprometen duraderamente
con los necesitados; sólo quieren tener ellos la experiencia de haber ayudado.
6. En el terreno espiritual, el
sentimentalismo lleva a reducir el trato con Dios a relación meramente
afectiva, que establece las vivencias interiores («siento necesidad», «tengo
ganas», «lo paso bien») como norma de la relación con Dios. Esta actitud anula
la visión sobrenatural y, por tanto, impide avanzar en la santidad.
El sentimental tiende instintivamente a
buscar seguridades, señales que le confirmen que va bien. Pero el fin de la
vida espiritual no es tener sentimientos agradables. Muchas veces los tendremos;
otras, no.
Por ejemplo, sentimos desánimo ante una
tentación que persiste, aunque no cedemos;
o sentimos fastidio porque algo nos cuesta y pensamos –no se sabe
porqué- que no nos debería costar;
notamos molestia porque las cosas de Dios no nos atraen del modo
sensiblemente arrollador que nos gustaría...
Es bueno tener presente que los
sentimientos no están totalmente sometidos a la voluntad, y no hay que hacerles
demasiado caso.
5.
Educar el carácter y los sentimientos
Parte de la cultura contemporánea
naturalista, trata el carácter como si no se pudiese modificar, y fuese
esencialmente bueno, simplemente porque brota naturalmente, espontáneamente…
Pero en realidad el carácter y los
estados de ánimo son influenciables por la familia y la escuela; por la
persuasión de la publicidad, del marketing y la moda; por la retórica de los
políticos y los medios de comunicación.
Los malos sentimientos (la envidia, el
egoísmo, la agresividad, la crueldad, la desidia), comienzan siendo sólo
sentimientos, pero si se les deja tomar cuerpo, pasan a ser vicios, hábitos
malos. En consecuencia, hay que esforzarse por educarlos.